Huyó dos veces de su ceremonia de mutilación genital y hoy es una destacada líder que ha salvado a unas 15.000 niñas de esta práctica
Escapar era la única manera de convertirse en “la mujer de sus sueños”. Nice lo hizo dos veces. A la misma hora. En torno a las cuatro de la madrugada. Después de la ducha con agua fría que precede al ritual a modo de anestesia. Escondida en el mismo árbol. La primera vez, con su hermana. La segunda, sola. “Sabía que si luchaba por mí, tal vez algún día podría hacer por otras chicas de mi comunidad lo que no pude hacer por mi hermana”, cuenta.
Aquella primera vez tenía ocho años. Hoy Nice Nailantei Leng’ete es una joven masái de 27 que no se imagina en ningún otro empleo que no sea el que realiza para Amref Health Africa, la ONG galardonada con el Premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional 2018. Trabaja como promotora de unos ritos de paso alternativos, con comunidades masái y samburu de Kenia y Tanzania. En ellos no hay “corte”, se bendicen libros.
En los últimos siete años, estiman que han salvado a unas 15.000 niñas de la mutilación genital femenina. Lejos de ser consideradas una vergüenza y deshonra para sus familias -estigma que Nice sufrió durante años- ahora son respetadas, prosiguen con sus estudios y no contraen matrimonio a edades tan tempranas. Ser la impulsora de este “movimiento”, como ella lo denomina, la ha llevado a aparecer recientemente en el listado de las 100 personas más influyentes de 2018 de la revista TIME. El camino ha sido largo.
“Si lloras durante el ‘corte’ nadie se casará contigo”
Las Naciones Unidas calculan que alrededor de 200 millones de mujeres en todo el mundo han sido mutiladas genitalmente, una práctica que persiste en al menos 27 países africanos, pese a ser ilegal en muchos de ellos. Liberia anunció en enero de 2018 su prohibición, aunque solo durante un año. Gambia y Nigeria ilegalizaron la práctica en 2015.
La mutilación genital femenina está prohibida en Kenia por ley desde 2011. Según la última encuesta nacional demográfica y sanitaria, su prevalencia es del 21% en mujeres de 15 a 49 años y del 11% entre los 11 y 15 años. No obstante, se trata de una tradición arraigada entre la población masái, donde el porcentaje de mujeres que la han sufrido supera el 70%.
En su aldea natal, Noomayianat, el rito de paso o emuatare marca la transición de la infancia a la edad adulta: la extirpación del clítoris las convierte en “mujeres”. Antes de su propia ceremonia, concebida como una celebración, las niñas asisten durante un tiempo como espectadoras en una especie de entrenamiento para “ver cómo las otras niñas son fuertes”. Desde pequeñas se les inocula la idea de que no deben llorar. Por supuesto, tampoco desobedecer.
Nice lo estuvo viendo durante un año. “Quieren prepararte. No puedes llorar, ni siquiera debes moverte, tienes que ser fuerte. Si lloras durante el ‘corte’ entonces ningún hombre se casará contigo porque eres una cobarde”, explica.
A ella, este entrenamiento le sirvió para entender lo que no quería. “Antes de mi ceremonia había visto morir a una chica por culpa de la circuncisión, recuerdo que sangraba mucho. La mayoría de las chicas de mi edad ya no volvían a la escuela, se casaban, por eso decidí dar ese paso y luchar”.
La primera huida fue junto a su hermana mayor. Eran huérfanas y su tío había preparado el rito –son celebraciones muy costosas- para ellas y sus tres primas. Se escondieron en lo alto de una acacia durante más de dos horas. Cuando bajaron, caminaron 17 kilómetros hasta la casa de una tía materna.
“Nos dijo que estábamos creando problemas, que vendrían y nos pegarían a nosotras y a ella. Nos quedamos allí una semana. Mi tío llegó con un grupo de hombres, nos golpearon y amenazaron, que si no accedíamos a ser circuncidadas moriríamos, que traeríamos la vergüenza a toda la comunidad. Después de eso mi hermana me dijo que no podíamos estar siempre huyendo”, relata.
La segunda vez escapó sola. Su hermana le prometió que no la delataría. A ella la mutilaron. Abandonó la escuela y a la edad de 12 años se casó con un hombre mayor. Tiene tres hijos. Nice lo escuchó todo desde el árbol. En esa ocasión, decidió ir a casa de su abuelo. Lloró. Era demasiado joven, quería estudiar. Le juró que se marcharía y jamás regresaría, que acabaría convertida en una niña de la calle. La mediación de su abuelo ante su tío fue determinante, la autoridad de los ancianos es incuestionable en las comunidades masái.
Y así, año tras año, consiguió ir posponiendo el momento y continuar en la escuela. Acabó el instituto y fue a la universidad. Nice cumplió su deseo, el precio fueron la soledad, las burlas y el rechazo: “Era un mal ejemplo”.
Hasta que Amref Health África llegó a Noomayianat. Buscaban a una chica que supiera leer y escribir para participar en un programa de capacitación. A los ancianos no les quedó más remedio que elegirla. “No era la mejor opción, porque había desobedecido, pero era la única”.
“Cuando los guerreros vieron que era mujer, se fueron”
Tras la experiencia, formada en temas de salud sexual y reproductiva, comenzó a trazar su plan para acabar con esta práctica entre los suyos. En él había una pieza esencial: los hombres. “En mi comunidad son los hombres quienes toman las decisiones así que por mucho que demos información a las mujeres y a las niñas necesitamos que ellos se involucren en nuestro trabajo”, reconoce.
Decidió comenzar por los morans, los jóvenes guerreros masái, a quienes se les permite la poligamia. “Ellos son los futuros maridos, quienes te dirán que no puedes casarte por no estar circuncidada, por no considerarte una mujer”. Tardaron dos años en consentir hablar con ella. “En mi primera reunión eran 14 y cuando vieron que yo era una mujer se levantaron y se fueron. Solo quedaron dos. Pero nunca me rendí”, recuerda la activista.
Con el tiempo y la complicidad de algunos jóvenes pudo llegar a los ancianos, formar a hombres que hablaran con otros hombres y organizar debates abiertos, también con mujeres, en los que discutir cuestiones sobre desarrollo comunitario, VIH, educación sexual y poco a poco ir introduciendo el tema de la mutilación genital, el matrimonio forzado o los embarazos en adolescentes. Nice logró convencerles de que mutilar a las niñas no es bueno para el desarrollo, que es mejor educarlas.
Una vez comprendido el problema, sería más fácil encontrar solución. “Las soluciones tienen que venir desde la comunidad. Cuando les das la información y lo entienden, buscan las alternativas. Los ritos de paso alternativos surgieron desde la comunidad”, comenta.
La alternativa: de extirpar el clítoris a los libros
El problema no es la ceremonia, sino la mutilación y las consecuencias de este acto sobre la salud y la vida de las mujeres. “Queremos conservar nuestra cultura, no estamos diciendo que todo sea malo”, matiza. Los ritos de paso alternativos celebran la cultura y la identidad masái. “La fiesta es la misma, la comida, la cerveza tradicional, la gente baila, canta, llevamos los trajes rojos típicos, tan solo reemplazamos el corte por educación”, explica.
“Durante tres días, reunimos a las niñas y las capacitamos en temas de salud, educación, derechos sexuales y reproductivos y después de este proceso tenemos la ceremonia. Se bendicen libros y reciben la bendición de los ancianos. Pero en el buen sentido, no para ir a cuidar a un marido o hijos sino para convertirse en personas importantes, en la persona que quieran llegar a ser”, resalta con orgullo.
La activista reconoce que “no es fácil 100%”. “Todavía hay chicas que escapan de sus familias y acuden a nosotras, tenemos la presión de otros hombres… Eso significa que aún hay mucho por hacer”. En este sentido, Nice sueña con disponer algún día de un refugio donde poder acoger a las niñas que huyen.
“También quiero abrir una escuela para chicas y para empoderar a las mujeres, un lugar donde puedan recibir formación en actividades productivas que generen ingresos”, proyecta. Por el momento, ya está trabajando en una academia para líderes. Cada año tiene previsto capacitar a 50 niñas de las distintas comunidades con las que trabaja para que se conviertan en modelos a seguir. “Necesitamos voces jóvenes, yo no puedo seguir siendo el modelo en los próximos 40 ó 50 años”.
Veinte años después de la huida que hizo de ella un mal ejemplo para otras niñas, Nice Nailantei recorre el mundo como embajadora de la lucha contra la mutilación genital femenina. Los ancianos de su comunidad han reconocido su fortaleza otorgándole un esiere, el bastón negro que simboliza liderazgo entre los masái. Es la primera mujer en tenerlo. “Tenemos que celebrar las pequeñas victorias, apreciar los logros, por pequeños que sean. Así podremos hacer grandes cosas”.
Publicado originalmente en eldiario.es