Esta historia recibió el Premio de Periodismo Solidario Memorial Joan Gomis 2009*
«Recuerdo muchos interrogatorios, pero hubo uno en particular, era un hombre mayor (…) y nos dijo la verdad: dijo que su vida era un infierno y que quería que nos marcháramos. (…) Lo miré y me dije a mí mismo: espera un minuto, estás aquí, delante de este hombre, en su casa. Eso me hizo pensar en mi propia casa (…), si alguien irrumpiera en ella así, entrando por la ventana del piso de arriba, y nos obligara a mis padres y a mi hermano pequeño a meternos en una habitación para interrogarnos, buscando entradas y salidas, tratándonos con esa condescendencia. (…) Al fin y al cabo, no eran personas tan diferentes. El hombre incluso se parecía físicamente a mi abuelo. Un hombre mayor, o un anciano que te ruega en el puesto de control que le permitas pasar, que te enseña una radiografía sin que tú tengas ni idea de por qué te está mostrando eso, o el hombre que te dice que su hermano, que vive en Bab al-Zawia está enfermo, de asma o alguna otra enfermedad, que tiene que hacerle una visita. Esa misma persona podría ser tu propio padre, alguien que te merece el mayor de los respetos, pero, ¿realmente entendemos lo que es el respeto? Es difícil decir lo que sentí en aquel momento».
Hebrón. Una ciudad santa para judíos, musulmanes y cristianos. Más allá de los muros que albergan la sagrada Tumba de los Patriarcas donde, dicen, está enterrado Abraham, Hebrón es también un singular observatorio a pequeña escala de la ocupación israelí. Los caprichos de la etimología quisieron que Hebrón significara amigo. Sin embargo, en ese rincón de Cisjordania, dividido desde 1997 en dos partes de nombres tan distantes y víricos como Área H-1 y Área H-2, la convivencia entre las dos comunidades, más de 150.000 palestinos y medio millar de colonos judíos, dista mucho de ser un ejemplo de perfecta armonía.
Escenas como la descrita arriba forman parte del día a día de los soldados israelíes desplegados en la zona, supuestamente, bajo el mandato de proteger a sus conciudadanos de los «terroristas» árabes. Ése es el testimonio anónimo de un miembro de la brigada Nachal, que sirvió en Hebrón durante la Intifada de Al Aqsa o Segunda Intifada, tras sus estallido en octubre de 2000. Experiencias comunes en torno a las cuales se va construyendo un infranqueable muro de silencio.
Más allá de los límites de los Territorios Ocupados, los mismos que están siendo marcados físicamente por una barrera de hasta ocho metros de altura, simplemente, no se habla de ocupación. Pero, a veces, la sinrazón de los puestos del centro, del «no» constante, de las humillaciones a punta de pistola, o las repetidas vejaciones contra aquellos marcados como «enemigos», abren una grieta definitiva en la conciencia. Y el muro se rompe.
Que esto es posible lo demuestran desde mediados de 2004 un grupo de ex brigadistas organizados en la ONG Breaking the Silence (BTS). El calado de sus mensajes reside precisamente en esa peculiaridad: son los propios soldados protagonistas de la ocupación, los «hijos predilectos de Israel», los que se rebelan contra un padre corrupto y sacan a la luz sus peores miserias.
«Todo comenzó de manera causal», explica desde Alicante, donde acompaña a la Asamblea de Cooperación por la Paz, Noam Chayut, uno de los fundadores de BTS (Shovrim Shtika en hebreo). «Un día recibí la llamada de alguien a quien no conocía, que tenía mi teléfono por un amigo común. Me propuso organizar una exposición en Tel Aviv, una muestra con las fotografías que los soldados sacaban en Hebrón y videos testimoniales».
La extravagante petición procedía del joven sargento, Yehuda Shaul, un judío ultraortodoxo que entonces contaba con apenas 21 años y que después de tres de servicio militar pensó que había llegado la hora de hacer algo distinto. A pesar de que en un primer momento Noam no entendió muy bien a quién iba a poder interesarle su experiencia, finalmente accedió. El plan siguió adelante y en junio de 2004 se inauguró «Traer Hebrón a Tel Aviv». La exposición, además de imágenes, presentaba los testimonios de 65 soldados y una nutrida colección de llaves de coche confiscadas a los palestinos. La iniciativa fue, para sorpresa de todos, un éxito rotundo.
«Lo hicimos sin dinero, sin ningún tipo de relaciones públicas, las fotos no eran en absoluto profesionales y, sin embargo, acudieron más de siete mil personas y fue ampliamente difundida por los medios de comunicación», recuerda. «La exposición se convirtió en un micrófono para los soldados que han permanecido en silencio hasta ahora. La tarea de los medios de comunicación es contar la verdad, la tarea del ejército es no difuminarla y la tarea del público es conocerla. Éstas son las señas de una sociedad saludable», sentenciaba el rotativo israelí Ha’aretz en un editorial de diciembre de ese mismo año.
La polémica estaba servida.
«Por primera vez se había abierto un debate sobre la ocupación en Hebrón. Nos dimos cuenta de que podíamos hacer algo, teníamos un poder hasta entonces desconocido. Esas fotos y vídeos sobre la vida cotidiana de los soldados impactaron en la gente y ese impacto nos mostraba la enorme brecha existente entre soldados, sociedad civil y los valores que ésta cree tener», cuenta Noam.
Así, en pleno apogeo de la Segunda Intifada, nació Breaking the Silence. Desde entonces han entrevistado a más de seiscientos soldados; dan salida a estos testimonios a través de su página web, publicaciones diversas, videos o dvd; ofrecen charlas en su país y en extranjero; y, con el fin de que ese acercamiento a la realidad silenciada sea lo más auténtico posible, han puesto en marcha unos tours guiados a los Territorios Ocupados, para escarnio de colonos y del establishment político y militar.
«En los últimos cinco años hemos ido con más de cinco mil personas a Hebrón, civiles israelíes, diplomáticos de otros países, jueces internacionales, periodistas, personas con influencia tanto dentro como fuera de Israel», resalta el cofundador de BTS. Lo que no dice es que no siempre son bien recibidos, que los colones tratan de boicotear las excursiones llegando incluso a acusarles de «incitar a los árabes contra nosotros para que nos maten y así obligarnos a irnos», como ha llegado a decir el portavoz de la comunidad israelí en Hebrón, David Wilder.
La paradoja de un país militarizado
Que soldados israelíes hablen de la violencia de la ocupación no deja de ser sorprendente en un país tan militarizado como Israel. Allí, el servicio militar se supone un deber cívico altamente considerado, obligatoria para hombres y mujeres a partir de los 18 años, por un periodo de tres años para los primeros y de dos en el caso de las segundas. Aunque existen movimientos de oposición, como el de los refuzniks (que, generalmente por principios pacifistas, se niegan a cumplir con la prestación militar obligatoria), lo habitual es que los jóvenes accedan a su cometido relativamente motivados.
«Yo quería hacer lo máximo que pudiera en el ejército porque amaba a mi país, y quería darle todo cuanto me fuera posible. Esto es algo que forma parte de nuestra educación, es muy normal entre nosotros. Como soldado sentía que estaba defendiendo a Israel», recuerda Noam, quien todavía se define como un patriota empeñado en hacer de su casa «un lugar justo, moral e igualitario».
Pero en el patio trasero de su casa hay mucho por barrer. Israel es uno de los principales exportadores de armas convencionales del mundo, detrás de Estados Unidos, Rusia y Francia, con unas operaciones comerciales muy lucrativas que, en 2007, generaron 4,4 billones de dólares, según datos del Anuario 2009 del SIPRI (Stockholm International Peace Research Institute), un think tank especializado en analizar las tendencias mundiales en producción, comercio de armas y gasto militar. Los últimos coletazos de su controvertida relación con las armas son relativamente recientes. El país se enfrenta a la acusación de haber cometido crímenes de guerra durante la operación militar de principios de año sobre Gaza. En esos 22 días se calcula que murieron unos mil cuatrocientos palestinos, entre ellos, alrededor de trescientos niños y centenares de civiles desarmados, según sostiene Amnistía Internacional que, junto con Human Rights Watch, ha denunciado el uso indebido de fósforo blanco y otras armas procedentes de Estados Unidos (un país al que Israel envía el 13 por ciento de sus exportaciones armamentísticas).
Paradójicamente, el negocio de militar dista de ser compatible con el negocio de la paz e Israel se precipita hasta los último puestos cuando de medir el nivel de paz se trata. El Índice Global de Paz, del Institute for Economics and Peace, publicado en junio de 2009, sitúa a Israel en el poco decoroso puesto 141 en una clasificación de 144, por detrás de Sudan, y sólo delante de Somalia, Afganistán e Iraq.
BTS nació a raíz de una exposición con imágenes del día a día en los Territorios Ocupados captadas por los propios soldados | BTS
Un muro de negación
Es precisamente en este contexto en el que adquieren fuerza los testimonios de los jóvenes soldados que deciden romper el silencio después de haber interioridad durante años, como si de un mantra se tratase, que el suyo es «el ejército más moral del mundo». «Nosotros no contamos historias nuevas. Son historias que ya han salido en los medios de comunicación, los periodistas ya han hablado de ellas. Lo importante es que cambia la voz narrativa. Empezamos a hablar en primera persona, somos los soldados los que estamos diciendo ‘yo robé’, ‘yo maté’, ‘yo humillé’. Y este cambio de persona también provoca un cambio en la sociedad, especialmente en una como la israelí en la que a un miembro de ejército se le atribuye mucho más poder que en cualquier otra». Esa es la clave del éxito del Breaking the Silence según Noam Chayut.
Pero el proceso para llegar hasta ahí no es fácil. Cuando los jóvenes acaban el servicio militar y deben reintegrarse a su vida como civiles, el mecanismo habitual es ignorar las experiencias vividas. Los soldados no hablan de este tipo de cosas cuando vuelven a casa, hay un muro de negación», explica Noam. «No le dicen a sus madres ‘mira mamá, esto es lo que ha ocurrido en el checkpoint’. Esa es una de las principales luchas de BTS, romper esa barrera, intentamos decirle a la sociedad ‘miren lo que esta ocupación nos está haciendo, lo que está haciendo a nuestros soldados, que van a los Territorios y vuelven con la moral cambiada»‘.
Muchos han descrito ese momento en el que se adquiere la conciencia de lo que realmente sucede como la explosión de una burbuja. «Es un proceso muy largo, muy complicado, el cambio no se produce en un solo día -confiesa Noam-, para mí lo más difícil de entender, lo más terrible, fue asumir que había dejado de ver a los palestinos como seres humanos», una idea que se repite una y otra vez en los testimonios recogidos por al organización.
¿Manzanas podridas?
En sus cinco años de activismo, los miembros de BTS han tenido que hacer frente a todo tipo de descalificaciones. Se les ha considerado traidores, antiisraelíes, las manzanas podridas del ejército. Su director, Yehuda Shaul, fue tachado de «amenaza a la paz publica» y llegó incluso a ser arrestado en septiembre de 2008. Pero ellos siguen con la incansable tarea de documentar las continuas violaciones de derechos humanos que sufren los palestinos a manos de los militares israelíes. No proponen una solución al conflicto. No la tienen. No es su objetivo. Ellos solo pretenden que la sociedad israelí se quite la venda de los ojos y los abra a lo que está sucediendo a escasos kilómetros de sus casas. Por eso luchan. Para que un día, tal vez, se levanten con una pregunta en la mente, la misma que ellos se hicieron antes de romper el silencio: ¿pero qué estamos haciendo allí en realidad?
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* Este reportaje fue escrito en 2009, los datos y cifras contenidos en él se corresponden a ese año