Entre marzo y septiembre de 2022, pasé varios meses preguntándome: Y ahora, ¿qué voy hacer? Me sentía paralizada, hasta que una persona me lo dijo sin tapujos: “¿Cómo que no sabes qué hacer ¡Obviamente tienes que demandar”! Tras decirme esta frase, mi interlocutora llamó en ese mismo momento a una abogada amiga de ella y le pidió una cita para mí…
A la siguiente semana, cuando estaba relatando a esta abogada cómo habían sucedido los hechos, le conté –entre otras cosas- que en junio de 2019, yo había decidido terminar mi relación con la editorial Texere en los mejores términos y su propietaria y directora, había accedido sin problemas a “darme mis archivos originales”… “-¿Y cómo te los dio? –preguntó la abogada- Me los envió vía mail, -respondí yo…- Todavía tengo las carcajadas de la abogada grabadas en mi cabeza: “¿Pero en qué mundo vives? Obviamente no te dio los originales y así como te los envió a ti, “vía mail”, puede enviarlos a cualquier persona, imprenta o empresa… Creo que no te has dado cuenta de que esta editorial tiene, -hasta el día de hoy según me cuentas- el control total de tus obras”
Me quedé pasmada. En shock. Regresé a casa con el corazón encogido y la cabeza hecha una maraña. Mi primer impulso fue pensar que seguramente había algún error, un olvido, incluso un desorden interno en la editorial, algún equívoco no-intencional que nos había llevado –sin querer- hasta este punto, porque, después de todo, la directora de Texere y yo ‘éramos amigas’ (o eso pensaba yo hasta ese momento)
Estaba segura de que todo había sido un malentendido, y sin embargo, hice lo que me recomendaron esa abogada que recién conocía y otra abogada de CDMX a quien conozco y quiero bien, y a quien acudí de inmediato al sentirme inicialmente tan perdida, así que por recomendación de ambas letradas, yo empecé a revisar mails, whatsapp, conversaciones de messenger y publicaciones en redes… Poco a poco, una bola de nieve acabó convirtiéndose en un alud y me fue sepultando en una mezcla de desilusión y rabia hacia mí misma, y que me hizo encerrarme durante meses…
Me sentí tonta, culpable de mi propia ingenuidad… y de pronto, la confianza en mí y por lo tanto, en los otros, con la que suelo habitar el mundo, se me vino encima sin que yo pudiera evitarlo… empecé a dormir poco y mal, a tener pesadillas donde soñaba una y otra vez que tenía vidrios en la boca y que al masticarlos, me hacían sangrar… se volvió una (horrible) pesadilla recurrente así que despertaba cansada y como si me hubieran apaleado. Estando despierta, no podía (no he podido todavía, aunque ha disminuido) evitar el mal humor, el dolor de estómago, los vómitos provocados por el monólogo interno constante que me perseguía: “¿Cómo pude tardar tanto en verlo?”… Y así llevo meses, desde septiembre de 2022 hasta la fecha…
Los derechos de autor, están considerados como “un derecho humano”, con todas las características de los mismos: son irrenunciables, inalienables, vitalicios, imprescriptibles y universales. Las leyes que protegen las creaciones artísticas y a sus autores son internacionales y cada país, además, tiene su propia legislación interna que sigue los preceptos del Convenio de Berna. El autor y su obra no sólo están protegidos durante toda su vida, sino que este derecho lo sigue amparando de manera vitalicia y hasta (en el caso de México) 100 años después de su muerte; por lo tanto, durante ese tiempo, nadie puede utilizar sin su expreso permiso o de sus herederos, la creación de otro. Ninguna persona física o moral puede usar, modificar, alterar o transmitir a terceros ni obtener beneficio directo o indirecto de la creación artística de los autores. La cesión de derechos para la explotación de una obra siempre (siempre) será temporal y ha de hacerse por medio de un contrato, en el entendido que nunca ningún convenio pondrá en riesgo los derechos patrimoniales y vitalicios de los autores con respecto de las obras que ha creado. Los Derechos de Autor son globales y protegen las creaciones artísticas desde el momento mismo de su creación, hayan o no sido publicadas, hayan o no sido registradas, sean nominales, seudónimas o anónimas.
Todo este conocimiento sobre los Derechos de Autor lo he adquirido en unos cuantos (larguísimos) meses de insomnio, pesadillas y rabia… de profunda tristeza y desilusión. Todo eso que ahora sé, lo sé apenas de Septiembre de 2022 a la fecha, a fuerza de aprenderme casi de memoria la Ley Federal de Derechos de Autor, de tomar cursos sobre el tema y asesorarme con expertos y abogados. Y aunque es un saber harto valioso, también es un conocimiento sumamente amargo, porque si yo hubiera sabido todo esto antes, hoy no estaría peleando en tribunales (locales y federales) por la flagrante y dolosa violación a varios de mis Derechos de Autor que durante años se cometieron con mis obras, de las cuales aún no logro recuperar el control, pues a pesar de ser su autora y creadora, mis obras siguen bajo el poder de la (supuesta) editorial Texere, misma que miente desde que afirma ser una editorial y no una empresa de coedición, un matiz sutil pero importante a la hora de “vender” fuegos artificiales a nosotros, los muchos autores que ahí caímos, incautos, soñadores, amantes del intelecto y apasionados creyentes de la palabra, deseosos de ver nuestros pensamientos y emociones convertidos en objetos tangibles: en libros para ofrecerle al mundo, pensando que con eso, en algo contribuimos a mejorar el rumbo de la existencia, la propia y por supuesto, la ajena.
Mi segundo libro publicado en Texere, lleva impresa –hoy muy a mi pesar- esta dedicatoria de sincero agradecimiento a la editorial y a su propietaria y directora: “A Texere Editores. Por el cariño, la dedicación y la paciencia. Y porque, aunque usted no lo crea, a publicar ‘los asuntos de la paz’ no se atreve cualquiera.”
Durante muchos años, tanto en México como en el extranjero, no hubo conferencia, taller, entrevista o intervención pública mía, en que yo no comenzara o finalizara mi participación haciendo un reconocimiento ‘al valor’ de esta ‘empresa editorial’ por atreverse a publicar mis “palabras de paz”… Hoy debo reconocer que esa valentía me ha salido cara, no solo porque el cobro de sus honorarios por publicarme –que yo pagué puntualmente- fue ciertamente alto, sino porque, más allá del dinero invertido, hoy las pérdidas son de un coste que ni siquiera puedo todavía tasar y que van más allá (mucho más allá) de las regalías nunca entregadas o de los inventarios jamás aclarados –aunque muchas veces solicitados- durante años…
“Tus libros se venden poco”. “La verdad casi no se mueven. Recibí un cheque de Amazon por apenas 4 dólares que no he cambiado ni por orgullo”. “No tengo los inventarios exactos, pero tuve que enviar tus libros a bodega y me está saliendo carísimo pagar ese gasto”. “No tengo los números porque mi empleado renunció y no me dejó acceso a sus archivos”. “No sé cuántos se han vendido ni en dónde porque esa información la tenía (otro tal) empleado y a él le robaron la computadora”. “Salí de viaje porque necesitaba desconectar, pero a mi vuelta revisamos pendientes”. “No tengo a mano el mail donde le notifiqué a otras empresas que ya no podían vender tu libro, porque yo acostumbro borrar todos mis correos cada seis meses, pero te prometo Cristina que yo les avisé y cerré trato con ellos”. “¡Ah, mira! Me aparecieron 40 libros tuyos que encontré traspapelados en una bodega. Para resarcirte por mis retrasos y mi desorden ¡Te los regalo
A todos estos dichos les creí. Creí en su palabra sin dudarlo. ¿Por qué iba a dudar, si habíamos estado trabajando como autora y editorial desde 2014? Ciertamente, había habido algunos momentos tensos por la falta de resultados, pero también había cosas que yo consideraba en ese momento ‘buenas noticias’: con la gestión de Texere, mi segunda obra publicada iba a venderse en ‘las principales librerías de México’, pero ojo: los libros que ahí se venderían, eran “propiedad de la directora de Texere”, (o eso me dijo ella) pues quiso participar como ‘socia’de la segunda edición, una vez que la primera edición y la reimpresión siguiente se agotaron prácticamente de inmediato (porque yo personalmente los había vendido, una vez que pagué a Texere los costes por sus servicios)
En 2018 incluso me anunció que había logrado firmar con algunas plataformas digitales para la distribución de los libros de varios de los ‘autores de Texere’, donde mis obras y yo estábamos incluidas. Distribución nacional e internacional. Más de 400 plataformas donde podrías comprar. En su momento, obvio, me puse feliz por la facilidad y la visibilidad que eso significaba: Muchas de las conferencias y talleres que doy sobre periodismo de paz son fuera de México, y sin duda, la mayoría fuera de Zacatecas, mi ciudad natal, y en donde autora y editorial tenemos (creo) nuestros ‘domicilios reales y fiscales’
Lo que nunca acordamos –porque yo confiaba en sus gestiones- fue la naturaleza legal y financiera de todos esos convenios que Texere iba haciendo (sin permiso, sin contrato, sin avisarnos ni preguntarnos a los autores involucrados hasta que ya estaba hecho) ¿Cuáles eran las condiciones? ¿A qué nos obligaban a los autores esos convenios hechos con terceros por Texere ? ¿Qué cedíamos, por cuánto tiempo y bajo qué escenarios? ¿Cuáles eran las ventajas y los posibles riesgos para nuestras obras y nuestros Derechos de Autor?
Hoy me atrevo a afirmar que ningún ‘autor de Texere’ fue informado a cabalidad de nada. La directora de la editorial firmó ‘en nuestro nombre’ y (ahora lo veo) afectando todos nuestros intereses y violando nuestros derechos: tanto los derechos morales como los patrimoniales, tal como lo estipula la Ley Federal de Derechos de Autor.
Nuestras obras fueron digitalizadas, es decir: modificadas. Se distribuyeron los archivos con empresas que nosotros desconocemos y lo más grave: con empresas ‘globalizadoras de contenidos’, es decir: empresas que a su vez venden sus catálogos a otras empresas, mismas que tienen acceso a los archivos (expuestos por completo) de unas obras que nosotros, como autores, pusimos solamente en manos de Texere. Resultado: imposible saber quién tiene hoy acceso a nuestra obra, quién o cómo le pone precio o quién incluso, pone nuestras obras “a disposición de los usuarios para descargarlas gratis”
A partir de que yo decidí ‘terminar mi relación’ con Texere, en el total convencimiento de que mis libros ‘no se vendían o se vendían muy poco’, varias veces me encontré con que mis dos libros seguían ofreciéndose en línea y en librerías, en más de una treintena de lugares, a distintos precios e incluso, en distintas monedas o divisas… varias veces creí sinceramente que ‘había un error’ involuntario por parte de la editorial, y varias (muchas) veces (entre 2019 y 2022) le pedí a la directora de Texere que me ‘ayudara’ a parar con ese ‘equívoco’ y con esas ventas a todas luces incorrectas. Y conste: reiteradamente le pedí que ‘detuvieran la oferta de mis obras’, nunca (nunca) le pedí el pago de regalías pues (aunque suene inverosímil) no creía tener derecho a royalties convencida como estaba de que los ejemplares físicos que se estaban vendiendo ya eran (dicho por ella) “propiedad de la directora de la editorial”, toda vez que yo ‘ya había obtenido mi parte de libros’
“Regalías” es una palabra –o un concepto- que nunca, (nunca) en todos mis años de trabajo conjunto con Texere Editores escuché o leí o traté en ninguna de nuestras comunicaciones personales o de interacción por diversas vías. Por obvias razones, nunca (nunca) recibí ningún pago por este concepto (tal como lo dicta la ley), antes bien al contrario, sí me fueron exigidos pagos por conceptos varios, y que fueron de mi parte liquidados en tiempo. En todos mis años de trabajo con esta ‘editorial’ (que insisto, no lo es, porque en realidad es una empresa de coedición que solo manufactura y cobra por sus servicios) yo siempre estuve en el convencimiento de que mis obras, mis libros, se vendían, mal y poco…
Luego me fui encontrando y fui descubriendo que mis obras estaban a la venta en infinidad de sitios, en varios formatos (digitales o impresos) en varios países, en varios precios y en diversas monedas: pesos, dólares, euros y hasta coronas suecas… me encontré con que los precios oscilaban entre los 300 y 4 mil pesos mexicanos, o entre 35 y 200 euros, o entre 25 y 60 dólares… En México mi segundo libro estuvo o está a la venta en librerías de renombre como Gandhi, El Sótano, Gonvill o Sanborns… incluso en España llegó a sitios como la FNAC o la Casa del Libro, lugares que los amantes de los libros (como yo) comprenderán que eso son palabras mayores…
También en este camino me fui encontrando con que no soy (ni de lejos) la única ‘autora Texere’ que está pasando por esto. De momento (aunque seguramente habrá más) he podido hablar con cuatro autores a quienes se nos cobró puntualmente, y luego se nos dijo exactamente lo mismo: pocas o nulas ventas, inventarios inexistentes, bodegas con libros que nadie quiere pero de números inexactos por ‘algún inconveniente’ o error interno que impide saber cifras de nada.
El caso más grave –a mi parecer- no es el mío o el de otros varios autores vivos. Nosotros algo podremos hacer y algo podremos contender… Pero sin duda, el caso más grave, y que fue el que me llevó a entender que esto era –definitivamente- un patrón delictivo, es el caso de un autor (y supuesto amigo de la directora de la editorial) que murió, y cuya obra fue publicada por Texere de manera póstuma y a forma de homenaje por encargo de sus familiares y amigos…
Este autor, un joven artista muy querido en Zacatecas, falleció trágicamente a finales de 2014 y sin embargo, casi 10 años después, su obra está todavía hoy (en junio de 2023) a la venta y entre los títulos estrella en el catálogo de Texere sin que nadie de la familia de este joven haya sido jamás contactada, ya no digo para el pago de regalías o royalties, sino ni siquiera para tramitar el permiso correspondiente para “comercializar” ese libro póstumo. La buena noticia aquí, es que la obra de ese joven artista está (debe estar) protegida por la ley hasta 100 años después de su muerte. Antes de eso, la venta de este libro es, a todas luces, un delito; un delito moral y ético, sin lugar a dudas, pero sobre todo es un delito federal según la Ley de Derechos de Autor: un delito que se persigue de oficio, al menos en México.
Hace unos días compartí en mi Facebook personal, las doloras experiencias que tuvo mi padre con varios “ladrones de la palabra” por parte de “supuestos” amigos suyos en quien él puso toda su confianza. También conté el consejo que mi padre me dio tras vivir yo un secuestro (físico) para que ‘no explorara los territorios del mal’ y me contentara con no tener yo motivo alguno en la vida para hacerle mal a alguien más… cuando compartí las experiencias de mi padre, alguien (a quien respeto y quiero mucho) me dijo que “escribiera más libros y los publicara en otra editorial”, porque era algo que le debía a mi padre…
Dos cosas son ciertas: la primera es que, para bien o para mal (o para ambas), yo-no-soy-mi-padre, y no pienso dejar que los ‘ladrones de la palabra y el honor’ sigan su camino de fraudes con toda tranquilidad. En mi vida, he sido víctima de otros muchos delitos, he vivido y experimentado varios tipos de violencia, delitos que atentaron contra mi integridad física, que atentaron contra aspectos que no empeñaban mi consciencia, así que, aunque me tomó tiempo y esfuerzo, me las arreglé no solamente para recomponerme y seguir adelante, sino que también trabajé para que esas experiencias no definieran la forma en que yo quiero habitar el mundo: yo quiero y prefiero confiar, yo quiero y prefiero construir, yo quiero ayudar o al menos –digamos- no contribuir a empeorar la realidad que vivo. A mi padre no solo le debo el hecho de seguir escribiendo y seguir creyendo en el ser humano. También le debo un acto de justicia.
En mis obras, en lo que yo escribo lo publique o no, va de la mano mi consciencia, horas de lectura y preparación, noches y días enteros de trabajo, de entrega, de corrección, de lectura… va mi pasión, mis creencias, mis ideas, mi argumentación vital. En mis obras van impresos todos mis recursos: los físicos, los emocionales y los intelectuales. En mis obras, en todos mis proyectos y todos mis escritos estoy yo de cuerpo y alma. Mis obras soy yo y mis obras son mías porque son la expresión de mi experiencia de vida, mi forma de ver el mundo y mis ganas de compartirlo.
Escribir un texto a mí me puede tomar meses. Escribir libros a muchos nos puede tomar años de trabajo… “Sufrir al escribir y sin embargo, disfrutarlo al mismo tiempo”, es casi un destino de quienes elegimos o queremos hacer esto más que por profesión, por vocación. Sufrir porque somos timados con lo que escribimos no es parte de la ecuación y es precisamente eso lo que protegen las leyes universales de los derechos de autor.
La búsqueda de trascendencia es siempre un llamado interno… publicar y vender la propia obra es un tema posterior y no siempre es intrínseco, porque la búsqueda de transacción no suele ser el móvil principal de quienes creemos en el poder de la palabra.
Soy escritora y también soy periodista. Creo firme y sinceramente en que las palabras deben volar y que deben servir para comprender mejor el mundo que habitamos y también (y sobre todo) para construir mundos mejores, no para insultar, exponer o destruir. No me gusta usar ni mi vocación ni mi profesión para que sea motivo de escarnio, ni siquiera de escarmiento.
De verdad que me he ha costado mucho –tiempo y esfuerzo- poder expresar lo que hoy expreso aquí (meses largos con sus noches y sus días de mucha inquietud, insomnio e insalud mental) pero me he decidido a hacerlo en primer lugar porque creo en que la paz social es también justicia, y también porque espero que mi experiencia y el camino que he andado (en ministerios públicos, juzgados y despachos de abogados) pueda servir a otras personas a que cuiden bien a quien entregan sus obras y a quien confían sus palabras.
Como dije antes, no soy la única ‘autora Texere’ afectada por este mismo ‘modus operandi’: Somos varios y estoy casi segura de que al leer esto, o leer con detenimiento (cosa que aconsejo) la Ley Federal de Derechos de Autor, muchos otros despertarán de su letargo, de un letargo de confianza en el que yo también estuve y del cual me está saliendo carísimo (en todos los aspectos) comenzar a salir.
Espero y confío en que pronto toda esta pesadilla termine. Ha sido duro (durísimo, de verdad) aceptar el hecho de que esos libros sobre Cultura y Periodismo de Paz que escribí, hayan tenido que terminar en los Tribunales… es una paradoja que me ha costado aceptar, pero para mí es una batalla legítima que voy a llevar hasta el final porque, a fin de cuentas, los libros que he comprado, los libros que he escrito (y los que escribiré en un futuro) y los animales que tengo bajo mi cuidado, son la única herencia tangible que puedo dejar si me toca despedirme de este plano… y las palabras que he escrito serán, acaso, mi única herencia intangible, la parte de mí que podría (quizá) sobrevivirme cuando alguien por deseo o casualidad lea lo que he escrito.
Y porque es mi esencia, hoy yo confío una vez más. Yo quiero y decido confiar en la labor de la fiscalia. También confío y agradezco de corazón la entrega y el profesionalismo de mis abogados, y sobre todo: confío en que lo que aquí he contado hoy, pueda servir para que los autores y los creadores seamos más avezados y que nuestras obras sean debidamente tratadas, protegidas y respetadas.
Cierro este texto con la imagen de un sueño que tuve después de que por fin me atreví a interponer la primera denuncia: fue un sueño tranquilo y tranquilizador (después de meses de tener pesadillas) que al despertar me reconfortó, no solo por todo lo que yo había estado pasando, sino por las cosas terribles que escuché ese día en las oficinas de la fiscalía sobre las muchas violencias a las que estamos todos expuestos en este violentado y violentador país mío, cosas que casi me hacían sentir que el delito que yo estoy sufriendo y que fui a denunciar, era –por comparación- un “delito pequeño o menor” (aunque no lo es!)
En México y en muchos lugares del mundo, hoy solemos sentarnos a la mesa y preguntarnos: “¿Qué nos ha pasado como sociedad para que estemos hoy tan mal y con tanta violencia?” Yo tengo tal vez una pequeña pista: hemos menospreciado la ética, la propia y la ajena. Hemos volteado para otro lado cuando vemos cosas que “no se hacen” y hemos pasado de largo ante muchas situaciones injustas con tal de seguir con la propia vida y no tomarnos la molestia. Así es como inicia la bola de nieve llamada violencia en todos sus tipos y niveles.
Pero volviendo a mi sueño: el caso es que esa noche de mi primera denuncia, yo soñé que los dos “libros de paz” que dejé en Fiscalía como parte de las pruebas, habían cobrado vida y “despertado” durante la noche, y habían empezado dejar salir palabras en medio de un lugar oscuro y lleno de carpetas grises… es difícil de contar la imagen onírica, pero en mi sueño se veía como si unas palabras hubieran empezado a contagiar a otras y a introducirse y “mover” las palabras escritas en todas esas carpetas de crímenes ahí amontonadas…
Por primera vez en mucho tiempo desperté más tranquila y le conté el sueño a mi familia. Quienes me conocen saben bien que además de ser una persona (extremadamente) confiada, creo mucho en el poder de los sueños… en los sueños nocturnos por supuesto, pero sobretodo en “los sueños diurnos”, en los anhelos de bien que todos tenemos y que Ernst Bloch define así en su hermoso libro “El principio Esperanza”. Porque sí, en la vida es preciso tener esperanza en que la justicia es algo que a todos y siempre, tarde o temprano nos llega o nos alcanza.