La historia de Emmanuel Jal, el niño soldado que combatió en el Ejército de Liberación Popular de Sudán hasta los 12 años y hoy es una estrella del rap que promueve la paz a través de sus canciones
«Cuando empecé a cantar me di cuenta de que la música me aliviaba, la música mata el dolor»
A través de su ONG Gua Africa proporciona educación a niños y niñas refugiados de Sudán del Sur, Kenia y Uganda
«Creo que sobreviví por una razón, para contar mi historia». Las letras de las canciones deEmmanuel Jal dejan muy claro desde el inicio que él no es un rapero cualquiera. Hubo un tiempo en el que este cantante de hip hop fue un niño soldado. «Soy un niño de la guerra, alguien que utiliza la música, el hip hop, para transmitir un mensaje, para apoyar la paz», es lo primero que responde este joven nacido hace 34 años en el ahora Sudán del Sur.
Pero hubo un tiempo en el que Emmanuel Jal buscó venganza. Tenía siete años cuando las milicias islamistas leales al gobierno sudanés mataron a su madre. La guerra también se llevó a todas sus tías y destruyó su pueblo natal. «Me enviaron a Etiopía, me dijeron que allá iba a ir a la escuela, pero cuando llegué nos llevaron a un campo de entrenamiento. Con ocho años me convertí en un soldado», cuenta a través de skype desde Toronto, donde vive en la actualidad.
Jal fue reclutado por el Ejército de Liberación Popular de Sudán (SPLA, por sus siglas en inglés), un grupo armado conocido por haber empleado en sus filas a miles de menores. No le gusta mucho hablar de los horrores de aquellos años en los que su AK47, más alto que él, se convirtió en su mejor aliado y, como si hubiera intentando borrarlos de su memoria, enseguida relata la huida. «Cuando tenía 12 años decidí escapar, la verdad es que no era muy consciente de los peligros de huir, porque los desertores son castigados –generalmente con la muerte-, simplemente asumimos los riesgos. Éramos unos 400».
Lo que en un principio imaginaron que sería un mes de caminata hasta llegar a un lugar seguro se convirtió en tres largos y agónicos meses de travesía. «Fue muy duro, nos quedamos sin agua ni comida, muchos murieron por el camino, pasamos mucha hambre», relata. Tanta, que algunos niños llegaron a practicar el canibalismo. De esos días data uno de sus peores recuerdos, cuando él mismo estuvo a punto de comer la carne de un amigo moribundo. «Estaba tan hambriento que una noche le dije: mañana te voy a comer». Emmanuel recuerda que pasó la noche rezando y pidiendo una alternativa para no tener que hacerlo con la fortuna de que al día siguiente pudieron cazar un cuervo, «un pájaro milagro». De los 400 que salieron tan solo 16 llegarían a la población sudanesa de Waat.
«La música fue accidental»
En Waat, Emmanuel fue adoptado por una cooperante británica, Emma McCune, quien lo envió a un colegio en Kenia. «Si Emma no me hubiera rescatado, ¿qué habría sido de mí?», canta en un tema dedicado a esta mujer, su «ángel de la guarda», que murió en un accidente de tráfico tan solo seis meses después.
Solo de nuevo, deambuló durante un tiempo por los suburbios de Nairobi hasta que decidió buscar refugio en una iglesia. Fue ahí donde la música, como dice, lo encontró y pasó a formar parte de su vida «de manera accidental». «Yo nunca pensé que haría una carrera musical, mi plan era estudiar, ir a la universidad».
«Empecé a componer y a cantar y me di cuenta de que la música, el hip hop, me aliviaba, la música mata el dolor», explica y rememora su primer concierto. «Fue en una iglesia, en Kenia, se me olvidaron las letras pero seguí cantando. Aquella experiencia era para mí como estar flotando en el aire».
Desde entonces, Emmanuel no ha dejado de cantar. El hip hop es la forma de expresarse de alguien que ha elegido hablar y que considera el silencio como «una forma de violencia». «La música me ha dado una plataforma para llegar a los seres humanos, es un lenguaje y yo lo uso para movilizar. La música tiene mucho poder, a través de ella puedes contribuir a algo bueno en el mundo», sostiene este joven que jamás pensó que algún día cantaría ante Nelson Mandela o el Dalai Lama.
Un soldado por la paz
Su primer álbum, Gua -que quiere decir «paz» en nuer, lengua hablada en Sudán del Sur- vio la luz en 2004 y el single que le dio título tardó poco en alcanzar el número uno en Kenia. A Gua le siguieron otros tres discos más y, con ellos, la fama mundial.
En su último trabajo, See Me Mama (2012), Jal le canta a su madre: «Ojalá pudieras verme ahora, mamá, después de todo aquel drama. Ahora juego en las grandes ligas, hago cosas de las que estarías tan orgullosa (…) Mi nombre está en las revistas, mi cara en televisión, viajo por Europa y América y hablo con líderes, presidentes, primeros ministros. Todavía soy un soldado en lucha». Aunque Emmanuel Jal ahora se define a sí mismo como un «soldado de paz».
«Un soldado de paz es alguien que utiliza sus habilidades para construir un mundo mejor y en cada cosa que hace pone humanidad, eso es un soldado de paz», aclara el rapero, que confiesa que cada noche al acostarse se dice a sí mismo: «Mañana será genial». O que a veces, al levantarse, no puede evitar preguntarse por qué está vivo.
Jal revela que ahora ya puede callar su mente y dormir, no como antes. «Antes solía pensar toda la noche». Como cuando huyó de la guerra y caminó durante tres meses, aquellas noches de hambre que intentaba pasar pensando, consciente de que muchos de los que se dormían no volvían a despertarse al día siguiente.
Este año, Emmanuel Jal celebra su décimo aniversario en el mundo de la música. Además, está preparando una película junto a la actriz Reese Witherspoon, The Good Lie (La buena mentira), cuyo estreno está previsto en septiembre; y acaba de terminar una gira por centros escolares de Calgary (Canadá) junto a Amnistía Internacional, en el marco de su campaña We Want Peace.
Sin embargo, a la pregunta de qué es lo que más feliz le hace, aquello de lo que está más orgulloso, responde sin titubear: Gua Africa, la ONG que creó con el dinero que obtiene de sus discos y que tiene la finalidad de proporcionar educación a niños y niñas de Sudán del Sur, Kenia y Uganda que han sobrevivido a la guerra. «Construimos escuelas y conseguimos becas para que los niños refugiados puedan estudiar, tratamos de devolverles la infancia, es un trabajo muy reconfortante», afirma Emmanuel, el niño de la guerra que sobrevivió para contarlo y, de paso, cambiar en algo el mundo.
Publicado originalmente en eldiario.es