Científico y político, pero ante todo: un humanista. Este hombre, que ha sido testigo y protagonista del convulsionado siglo XX, el llamado ‘siglo de los extremismos’ no se ha dejado vencer por el desencanto. A sus más de 80 años, Federico Mayor Zaragoza, ex director general de la Unesco, le heredó a ese organismo un aire renovado en su mayor principio: la paz. Impulsor y trabajador incansable por lo que él bautizó como una ‘Cultura de Paz’, afirma en esta entrevista: “Hoy es urgente que los medios y el periodismo nos digan, nos recuerden que ya no podemos vivir tranquilos siendo cómplices de este sistema donde millones de personas mueren por desamparo, por olvido, por desamor (…) hoy un periodismo que hable de paz, que nos despierte y nos haga reaccionar de manera pacífica ante lo que sucede en el mundo, no solo es deseable, sino necesario y urgente”
Científico y político, pero ante todo: un humanista. Este hombre, que ha sido testigo y protagonista del convulsionado siglo XX, el llamado ‘siglo de los extremismos’ no se ha dejado vencer por el desencanto. A sus más de 80 años, Federico Mayor Zaragoza, ex director general de la Unesco, le heredó a ese organismo un aire renovado en su mayor principio: la paz. Impulsor y trabajador incansable por lo que él bautizó como una ‘Cultura de Paz’, afirma en esta entrevista: “hoy es urgente que los medios y el periodismo nos digan, nos recuerden que ya no podemos vivir tranquilos, siendo cómplices de este sistema donde millones de personas mueren por desamparo, por olvido, por desamor (…) hoy, un periodismo que hable de paz, que nos despierte y nos haga reaccionar de manera pacífica ante lo que sucede en el mundo, no solo es deseable, sino necesario y urgente”
“Yo todavía, a estas alturas de mi vida, me sigo preguntando: ¿Cómo es posible que los científicos no estén, que no estemos en los parlamentos del mundo? ¿Qué saben realmente los políticos de los transgénicos, del anhídrido carbónico y del fitoplancton, de la energía nuclear? ¡Nada! Y las hegemonías económicas de este sistema neoliberal se aprovechan totalmente de esta ignorancia, llenando los parlamentos de ‘lobbistas’, de esos portavoces de los peores intereses, y que acaban convenciendo a los políticos, a quienes representan -o deberían representar- a sus pueblos, de tomar pésimas opciones de corto plazo, y que más que beneficiarnos, nos afectan a todos a largo plazo”
Quien así habla es, efectivamente, un científico de formación: es licenciado en Farmacia y Doctor en Bioquímica, con especialidad en Biología Molecular, pero el mundo lo conoce más debido, justamente, a un ejemplar desempeño político de varias décadas, que, sin dejar jamás a la ciencia de lado sino teniéndola como aliada, ha trabajado, con un empecinamiento poco común y desde diferentes puestos, a favor de algo en lo que él cree fervientemente: la paz mundial.
“Será que yo nací siendo ya mayor -ríe durante la entrevista-. Aun siendo muy joven me acostumbré a ese saludo: ‘¿Cómo está, señor Mayor? Buenos días, señor Mayor”’… Bromea, pero la broma no es tal. Ciertamente estamos frente a un alma grande, un alma ‘mayor’, que además, lo lleva en el apellido. Federico Mayor Zaragoza, nació en Barcelona, España en 1934, a escasos dos años de que estallara la Guerra Civil Española (1936-39). Terminados sus estudios con grado de excelencia, ostentó diversos cargos académicos, pero pronto su interés por la salud humana, se transformó en un interés por la salud social, lo que marcaría para siempre una carrera que a la fecha, y con 80 años cumplidos el 27 de enero de 2014, continúa en espiral ascendente. Federico Mayor es un científico con interés en la política, y un político con elevados intereses humanitarios.
Ya en tiempos de la dictadura del general Francisco Franco, fue subsecretario de Educación y Ciencia y Diputado en el Parlamento Español; luego, durante la transición política de ese país, se desempeñó como consejero del Presidente del Gobierno y después como Ministro, para luego ser Eurodiputado; de ahí saltó a las ligas mayores de la política mundial al ser nombrado como director general adjunto de la Unesco, para finalmente ascender al cargo de director general.
De 1987 a 1999, Mayor Zaragoza lideró esta organización de Naciones Unidas, bajo los parámetros que él mismo describía en un discurso durante la Asamblea Latinoamericana conocida como ‘Compromiso de Acapulco para la paz, el desarrollo y la Democracia’. Una reunión y un documento que de hecho sentarían las bases para la principal acción que definiría, para el curso de la historia pasada y futura, la presencia de este fármaco-biólogo y político español en el organismo internacional: la Cultura de Paz.
“Esta UNESCO es mucho más que un conjunto de oficinas y despachos. Es la Institución vigía, es la plataforma de diálogo y de comprensión que debe orientar a todos los que se esfuerzan en promover la paz en el espíritu de toda mujer y todo hombre, y a fortalecer unas relaciones pacíficas entre la condición humana y su entorno ecológico. (…) esta Organización tiene un mensaje de solidaridad que difundir: un mensaje de unión y libertad. Tenemos que avivar a escala planetaria la fuerza del espíritu. Tenemos que iluminar juntos los caminos del mañana”.
Federico Mayor Zaragoza cuenta que su conversión interna, su visión de mejorar la salud social, y no solo la del individuo, sucedió por primera vez en año de 1956, cuando visitaba una residencia de niños con capacidades diferentes. Al salir de aquél lugar, afirma que se prometió a sí mismo que haría todo lo que estuviera en sus manos para evitar el sufrimiento humano, y por aquél entonces, escribió el que sería el primero de sus muchos libros de ensayo, titulado: “Mañana siempre es tarde”, en cuyas páginas abordaba la enorme importancia de la prevención.
“Esa palabra: ‘prevención’ me ha perseguido desde entonces (…) porque como humanidad tenemos que saber anticiparnos para evitar que los daños, sean individuales, sean sociales, se conviertan en daños irreversibles. Y esto solo es preciso con la ayuda del conocimiento, ésta debe ser la meta, el fin último de la ciencia: evitar en lo posible el sufrimiento, o reducirlo… jamás la ciencia ha de usarse para causar sufrimientos ni para empeorar los que ya existen (…) por eso es que digo que los científicos deben estar sí, trabajando muy de cerca con el poder para aconsejar, para guiar, pero sin someterse jamás (…) y esto es lo que yo he hecho en mi vida: como hombre, como científico, estar cerca de los poderosos, sin doblegarme a ninguno de ellos”
Erradicar la semilla de la guerra sembrando educación y cultivando paz
Alguien dijo alguna vez que ‘la verdadera educación era el refinamiento de las emociones’… Alguien también sentenció que la cultura, la verdadera cultura, era –precisamente– ‘el cultivo del espíritu’… Federico Mayor Zaragoza lo ponía así en uno de sus muchos sentidos discursos: “La libertad no es un estado, sino un proceso (…) la emancipación es pues, una empresa educacional y no sólo bélica y política (…) Abordar juntos los grandes objetivos de la humanidad es un amanecer, que puede ser el más bello y prometedor que la humanidad haya vivido, si convertimos, finalmente, las espadas en arados”
Durante su liderazgo en la UNESCO, Mayor Zaragoza impulsó, probablemente como nunca antes en ese Organismo, uno de los pilares fundacionales de Naciones Unidas: la paz. Esa paz positiva que para hacerse mundial, ha de ser primero individual, algo que, tal vez por su sencillez intrínseca, resulta tan complicado.
“Para mí –y conste que soy fármaco-biólogo- está muy claro que no existen genes del amor y de la ternura, igual que tampoco existen genes de la violencia o la agresión. Lo importante pues, para la ausencia de guerra, no es lo que nacemos, sino lo que hacemos por la paz. Esto precisamente fue retomado por Naciones Unidas, haciendo patente que carece de toda base argüir que la guerra y la violencia son inherentes al ser humano (…). Esto está muy claramente explicado en la Constitución de la Unesco, que dice que ‘las guerras comienzan en la mente de los hombres’ (refiriéndose claro a los seres humanos, y por eso ahora se hace tan necesario que la mujer sea considerada en todo, porque hasta ahora, igual que en esa frase y en muchas otras cosas, no han pintado nada en la historia, aunque han contribuido enormemente precisamente, a la paz que buscamos)”
A diferencia de muchos políticos actuales que se han dejado llevar por el desencanto y los fracasos internacionales, Federico Mayor Zaragoza mantiene vigente su confianza –y también su esperanza- en la Organización de las Naciones Unidas. No en vano, justamente antes dejar su cargo en la Unesco, legó a este organismo un nuevo soplo institucional a la misión con la que justamente nació y se formó la ONU: el anhelo de lograr la paz ‘así entre los hombres como entre las naciones’.
En 1998, un año antes de abandonar su cargo, Mayor Zaragoza logra que se apruebe la Resolución A/52/13 que define a la ‘Cultura de Paz’ como “una serie de valores, actitudes y comportamientos que rechazan la violencia, y que previenen (la palabra favorita de Don Federico) los conflictos, buscando y atacando las causas, para solucionarlos mediante el diálogo y la negociación”
La Declaración y Programa de Acción para una Cultura de Paz fue aprobada por la Asamblea General al año siguiente, en 1999 (el último año de Don Federico al frente de la Unesco) y contempla 8 ámbitos de acción para actores-pacíficos en todos los niveles, y que parten de la premisa de que ninguna paz es posible sin justicia, sin igualdad.
Este documento insta a: 1) Promover la Cultura de Paz desde la educación; 2) Promover el desarrollo sostenible; 3) Promover el respeto a los Derechos Humanos; 4) Garantizar la Igualdad de Género; 5) Promover la participación democrática; 6) Promover la comprensión, la tolerancia y la solidaridad; 7) Garantizar la comunicación participativa y la libre información; -y, en última instancia- 8) Promover la paz y la seguridad internacional.
Es decir: las mismas premisas que se soñaron en aquella (muy pronto fallida) ‘Sociedad de Naciones’, nacida en 1920 tras la Primera Gran Guerra… y también un regreso renovado a los principios que cimentaron la creación de la Organización de las Naciones Unidas, inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial en 1945. Nada nuevo, tal vez, excepto un nuevo esfuerzo, un nuevo compromiso. Un regreso al origen. Con el componente ‘paz’ antecediéndolo todo. Una cultura que va de lo individual a lo nacional para llegar a una meta internacional en torno al pacifismo como actitud, como respuesta, como comportamiento que se cultiva y que se aprende, y que por tanto, libera.
La ‘Cultura de Paz’, ese vocablo que hoy tantas personas utilizan, aun con cierto desconocimiento de la sencilla profundidad que el término, el concepto y las acciones conllevan, es el legado que este fármaco-biólogo le dio a la ONU, poco antes de marcharse de ella. Un proyecto que Federico Mayor abrazó desde su entrada al Organismo internacional, un proyecto que le acompañó siempre como científico metido a la política, y que jamás ha abandonado, puesto que inmediatamente después de terminar su mandato al frente de la Unesco, creó la Fundación Cultura de Paz, la institución que preside hasta la fecha, con 80 años cumplidos.
“La aversión a la guerra es algo que me ha acompañado desde siempre (…) tengo todavía el recuerdo del miedo que sentí cuando bombardearon Barcelona… (durante la Guerra Civil Española) ¡Yo era apenas un niño! Pero recuerdo todavía más la impresión que me causó un libro que trajo a casa el hermano de mi abuela, un enorme libro de fotografías llamado ‘El álbum de la guerra’, donde se retrataban los efectos de la Primera Guerra Mundial y se veían esas imágenes terribles de aquella contienda de extenuación, donde no solo las balas mataban, sino también el hambre, el frío, la peste, la indiferencia… Desde entonces, quizá sin ser muy consciente todavía de ello, me convencí, aun siendo muy pequeño, de que la gente puede y tiene que aprender a entenderse sin matarse. ¡Y en esto sigo creyendo! Estoy convencido de que podemos alcanzar la paz, de que podemos crear un mundo nuevo sin destruirnos en el camino”
Federico Mayor no es un idealista, sino un hombre que va tras sus ideales, pero a fin de cuentas es un hombre de ciencia, y en sus acciones, busca obtener resultados. Resultados que puedan medirse, aun tratándose de algo tan inconmensurable como ‘la paz en el mundo’. Por eso, antes de marcharse de la Unesco dejó trazado un mapa para ir caminando en pos de esa ‘Cultura de Paz’ global con la que sueña y por la que trabaja. Llegado el año 2000 y para inaugurar el (entonces) ‘nuevo milenio’, las Naciones Unidas enfocaron esfuerzos específicos para este renovado brío por el pacifismo, que tuvo tres hitos importantes ese mismo año:
En primer lugar, la designación del ‘Año Internacional por una Cultura de Paz’, que además dio pie al segundo suceso, que era el arranque para dedicar diez años enteros al mismo tema desde todo el Sistema de las Naciones Unidas, conocido como ‘El Decenio de la Paz’; finalmente, en el otoño de ese mismo año 2000, el Consejo de Seguridad de la ONU también aprobó la –hoy famosa- “Resolución 1325” para una paz de y con las mujeres; un documento excepcional, que pide expresamente aumentar la participación femenina en la resolución de los conflictos y en los procesos de paz. Este texto significó en su momento un ansiado espaldarazo internacional hacia una visión de género en las misiones de mantenimiento de la paz, poniendo especial énfasis en las necesidades que tienen las mujeres y las niñas durante los conflictos armados.
Las Naciones Unidas que nunca se unieron, pero pueden hacerlo
Federico Mayor Zaragoza confió y sigue confiando todavía en que el sueño de la ONU, ese de ‘las naciones hermanas’, es un sueño posible. Él sigue confiando en los principios fundamentales de un mega-organismo que, tras la terrible mortandad heredada por dos guerras mundiales, quiso unir a los pueblos del mundo para evitar que sobrevinieran catástrofes similares.
En su preámbulo, el bello texto fundacional de ese –hoy tan despreciado– ente internacional dice:
“Nosotros los pueblos de las Naciones Unidas, estamos resueltos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra (…) a reafirmar la fe en los derechos fundamentales y la igualdad de derechos de hombres y mujeres, las naciones grandes y pequeñas (…) a practicar la tolerancia y la paz, y (…) unir nuestras fuerzas para el mantenimiento de la paz y la seguridad internacional. (…) a promover el progreso social y elevar el nivel de vida dentro del concepto más alto de libertad”
Países y regiones enteras que se hermanan para evitar que en un futuro sus pueblos se enfrenten y se maten. ¿No es esto en realidad la culminación del más grande ideal en la historia de la humanidad? Lo es, o lo sería si lo fuera. Si lo que dice este texto y lo que dicen las constituciones de cada una de las agencias de Naciones Unidas se cumpliera en la realidad. Y esta contradicción, a pesar de ser un ferviente defensor del organismo, Federico Mayor Zaragoza lo comprende a cabalidad.
“¡La carta de la ONU es una absoluta maravilla! ¡No me diga que no: una absoluta maravilla! Igual que fue una maravilla el formidable diseño de su antecesora, la Sociedad de Naciones creada después de la Primera Guerra. Por desgracia, ambos proyectos nacieron envenenados y quienes vierten el veneno son siempre los mismos: las hegemonías. Hace mucho tiempo que los mercados han sustituido a la política y esto es gravísimo. Esto hay que decirlo, como también hay que decir que los supuestos países ‘más fuertes’ son quienes debilitan a las Naciones Unidas, son ellos quienes han vuelto ineficaz a este organismo. Los ‘grandes países’: son ellos quienes han cambiado el voto por el veto, la cooperación por la competencia, la ayuda solidaria por los préstamos draconianos. ¡Basta ya! Tenemos que restablecer el sistema de Naciones Unidas, es urgente que lo hagamos y es posible hacerlo, no tenemos que inventar nada nuevo, es suficiente con retomar sus principios éticos. Todos deberíamos retomar los principios éticos, porque hoy estamos dominados por los principios mercantiles, es triste pero es la verdad. Entonces, si realmente queremos pensar y hacer algo por las ‘generaciones venideras’, tenemos que hacer este cambio social ya mismo. Cuanto antes”
Y si uno de los primeros libros escritos por Mayor Zaragoza para intentar ‘prevenir’ al mundo de su necedad social se llamó ‘Mañana Siempre es Tarde’, el último título escrito por este biólogo-político se titula simple y llanamente: ‘Basta’; un texto donde nos insta a ponerle fin a nuestra pasividad, a nuestra ‘defectuosa paciencia infinita’, una frase del portugués José Saramago, y que Mayor Zaragoza retoma en esta entrevista con Corresponsal de Paz.
“Sí. Basta. Basta, porque esto no puede seguir así, porque hoy el 80% de la humanidad no pinta nada. Hay mil millones de personas en el mundo sobreviviendo con 1 dólar al día, mientras que 85 personas (¡85 personas solamente, oiga usted bien!) poseen mayores ingresos que la mitad de toda la humanidad. Esto ya es insostenible. La economía de la especulación debe terminar. Esta es la economía asesina, la que apoya la guerra, la que hace prevalecer la seguridad por encima del bienestar, la que habla de paz mientras hace la guerra. Es vergonzoso que cada día derrochemos 4 mil millones de dólares en gastos militares… ¡sí! ¡Ese es el gasto diario del mundo en la guerra! Por eso yo digo: Basta. Ha llegado el momento de levantar la voz, de que hagamos todos un gran clamor popular para decir que no vamos a tolerar más esta hipocresía. Necesitamos un nuevo orden, y rehacer el diseño en la forma de gobernar en el mundo”
Y para Mayor Zaragoza, el camino para ese ‘nuevo diseño del mundo’ pasa por renovar el sistema de Naciones Unidas. Un sistema al que, según este ex director general de la Unesco, no es necesario hacerle grandes cambios, sino simple y llanamente regresar a sus principios originales: Justicia. Libertad. Igualdad. Solidaridad. Principios que han de basarse en la ética. Y sobre todo: regresarle al organismo su sueño inicial de hermanar a las naciones, pero no bajo el mandato hegemónico, sino a través de la representación popular. Suprimir el derecho de veto y restablecer el poder del voto.
“La palabra clave es democracia. Es necesario y es urgente restablecer el sistema de Naciones Unidas bajo los principios democráticos. Mientras no haya justicia internacional, mientras los derechos fundamentales no sean respetados y las mafias económicas puedan campar a sus anchas, mientras continuemos sin establecer comportamientos cívicos a escala internacional, comenzando por quienes representan a sus pueblos, no podemos decir que estamos alcanzando los objetivos de la paz. La paz es alcanzable, pero es un proceso siempre inacabado y siempre perfectible. La paz es una cultura, es una educación en otra forma de ver el mundo y de reaccionar ante él. Invertimos mucho en la guerra, y le llamamos seguridad. En la paz no invertimos nada, porque la confundimos con un anhelo, como un ideal, como un saludo cordial (…) y la paz, la Cultura de Paz en la que yo creo y a la cual he dedicado todos mis esfuerzos, es mucho más que eso: es solidaridad económica y solidaridad moral”
Ciencia, política, educación y poesía: los fundamentos de la esperanza
Con sus 80 años cumplidos, Federico Mayor tiene una memoria prodigiosa. Igual recita de memoria pasajes enteros de la Declaración Universal de los Derechos Humanos o de la Constitución de la ONU, que frases textuales de políticos, científicos, autores y poetas. Él mismo es un poeta consumado, y autor de varios libros de poesía. Su vida, de hecho, parece estar hecha de los mismos materiales que el título de uno de sus poemarios: “El fuego y la esperanza”.
“He visto tanto en mi vida, tengo los ojos tan cansados de ver, que no… no soy ni puedo ser un optimista. Porque soy un científico, porque me baso en realidades, porque estoy muy bien informado (…) pero lo que sí soy, y siempre he sido, es un hombre ‘esperanzado’, y lo soy precisamente por las mismas razones que antes he expuesto, porque como bioquímico conozco la desmesura de la que es capaz un ser humano: imaginar, crear, transformar (…) Yo confío en la sabiduría de la evolución natural, que cambia o elimina lo que ha de ser transformado y conserva lo que ha de conservarse… y eso nos da lecciones valiosísimas para nuestra evolución social (…) por eso estoy convencido de que sí podemos hacer la paz y vencer la tendencia a la guerra, porque todos los que incitan a la violencia, tarde o temprano tendrán que darse cuenta de que ese camino nos está destruyendo (…) pero para que eso suceda, tenemos que comenzar por construir la paz en la mente de las mujeres y los hombres que habitamos este planeta”
La lucidez que emana de sus palabras sólo puede explicarse a cabalidad cuando se comprende que él ha sido testigo y protagonista de los principales acontecimientos que marcaron el convulsionado siglo XX. Nació dos años antes de que iniciara la Guerra Civil Española, contienda que vivió y padeció siendo apenas un niño. Tenía 5 años cuando Hitler desató la Segunda Guerra Mundial y 11 cuando los Aliados derrotaron a la Alemania Nazi; cuando la bomba nuclear borró dos ciudades japonesas y comenzó la Guerra Fría, separando al mundo en dos bloques, cuando, precisamente de resultas de todo aquél horror, nacieron las Naciones Unidas. Vio levantarse y luego caer el Muro de Berlín, cuyas paredes rotas arrastraron consigo al bloque socialista y a toda una ideología que había separado al planeta en polos aparentemente opuestos. Atestiguó también la creación del Estado de Israel y el inicio de un conflicto en Oriente Medio que todavía no termina…. Y la lista es larga.
Del lado de la ciencia, esa aliada que Federico Mayor Zaragoza abrazaría más tarde, también hubo grandes y algunas veces terribles avances: las armas nucleares que llegaron en 1945 hoy no han logrado erradicarse. El hombre llegó a la luna y comenzó la carrera espacial, al tiempo que la tierra comenzó a dar serias señales de desertificación y extinción de algunas valiosas especies. Se hizo la primera descripción de la estructura química del ADN y la biología molecular tomó un impulso que sigue en ascendencia aún en nuestros días mientras que el planeta empezó a sufrir los embates de la contaminación humana, que destruyó (y sigue destruyendo) la capa de ozono que necesitamos nada más y nada menos que para seguir respirando.
El siglo XX, el llamado ‘siglo de los extremismos’, forjó más para bien que para mal, la vida de Federico Mayor. Quien ha sido y es, sin duda, uno de sus grandes protagonistas, uno de sus grandes ideólogos: “Nada pudo vencer en mí el ardor de hacerme experto en el mundo, en los vicios y valores humanos”, dice el filósofo alemán Ernst Bloch, citando a Virgilio en su obra: ‘El Principio Esperanza’; una frase y un principio que bien describen la personalidad de Mayor Zaragoza, este científico, poeta y político barcelonés, que se ha hecho experto en el mundo y ha empeñado su vida en hacer que los hombres, los pueblos y las naciones se formen en una nueva cultura, la Cultura de la Paz, una paz asequible y cotidiana.
“A mi modo de ver, la cultura es nuestro comportamiento cotidiano, y ése es el comportamiento que pude inclinar la balanza del mundo hacia la violencia o hacia la paz. Tenemos que ir pasando de la fuerza del músculo a la fuerza de la palabra, de la confrontación a la conciliación, de la cultura patriarcal a una visión más femenina, más incluyente de la vida. Nelson Mandela me dijo alguna vez: ‘váyase dando cuenta de que la solución es el amor, y no el odio’ (…) Y es verdad. Es verdad que hemos tenido grandes, terribles guerras, pero también grandes momentos de paz (…) Mientras estuve en la Unesco, sobre todo al final de los 80 y principios de los 90, el ambiente en el mundo clamaba paz (…) un solo gesto de (Mijaíl) Gorvachov desencadenó aquello que se conoció como ‘el otoño de las naciones’, una ola revolucionaria y pacífica que recorrió a Europa. Se había desmoronado el inmenso imperio soviético y había caído el socialismo sin derramar una sola gota de sangre; cayó el muro de Berlín, declinó la Guerra Fría, Namibia encontró la pacificación; en América Latina la paz de El Salvador fue un auténtico milagro social, y aquél prisionero confinado en la Isla de las Serpientes (Mandela) acabó triunfando por encima de la segregación racial (…). Todas estas son grandes historias de paz, donde el uso de la palabra fue un elemento clave, y estas historias las olvidamos, las soslayamos, pero son grandes ejemplos de que podemos hacer la paz, son modelos que hemos arrinconado y en cambio, hemos preferido recordar e imitar los modelos impuestos por las hegemonías, en ese momento lideradas por (Ronald) Reagan y (Margaret) Thatcher, que impusieron el ataque diciendo que eran estrategias de defensa (…) hegemonías que han creado los grupos de poder, los G-7, los G-8, los G-20, que cambiaron el derecho de voto por el veto y que comenzaron a dictaminar el destino de las más de 180 Naciones de la ONU. Hoy tenemos que recuperar o reinventar los modelos de la paz y terminar ya con los modelos hegemónicos que apuestan por la violencia y viven de la guerra, porque son inmorales, son inhumanos y son ya insostenibles. Yo creo que sí es posible”
Comunicar para la paz o comunicar para la guerra: ésa es la cuestión
Terminaron los años 90, y al llegar el nuevo milenio, la salida de Federico Mayor marcó en la Unesco el arranque de su plan maestro: el ‘Decenio por una Cultura de Paz’, pero hoy muy pocas personas conocen (y cada vez son menos las que recuerdan) que en 1977, es decir, justo un decenio antes de que Mayor Zaragoza arribara a la dirección del organismo, su antecesor en el cargo, el senegalés Amadou-Mahtar M’Bow, también intentó marcar un nuevo orden mundial orientado hacia la libertad, la igualdad y la paz, aunque en aquella ocasión el énfasis se puso en el periodismo, los medios de comunicación y las nuevas tecnologías de la información que, ya desde aquel entonces, daban visos de convertirse en grandes protagonistas.
Así, entre 1977 y 1980, se confeccionó el informe “Muchas voces, un solo mundo” (o ‘Un solo Mundo, Voces Múltiples’) mejor conocido como ‘El informe McBride’, puesto que aquella comisión la presidió justamente el célebre irlandés Sean McBride, cofundador de Amnistía Internacional y Premio Nobel de la Paz en 1974. Para esta tarea encomendada por la Unesco, McBride se hizo acompañar por un equipo multidisciplinar de expertos, entre los que destacaba por ejemplo el canadiense Marshan McLuhan, quien fue, nada más y nada menos que el filósofo que previó, con muchos años de anticipación, lo que hoy es nuestra ineludible realidad: ‘la aldea global’
El Informe McBride era un voluminoso documento de unas 500 páginas, donde se analizaban los problemas de la comunicación en el mundo y las sociedades modernas, específicamente con relación a la prensa y los medios masivos. Pero su fin último no era sólo el análisis. Al presentarlo ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, la intención era arrancar una nueva era que ayudara a resolver cuestiones como la desigualdad y la violencia, y promover los derechos humanos, la paz y el desarrollo social, todo a través de ‘un nuevo orden de comunicaciones’
Sin embargo, por increíble que parezca, aquella propuesta que quiso poner de relieve nuestra común humanidad a través de sus más de 80 recomendaciones jamás se llevó a la práctica, justamente por la negativa de los países hegemónicos, encabezados por Ronald Reagan (entonces presidente de los Estados Unidos) y Margaret Thatcher (Primera Ministra Británica) cuyas naciones fueron las que más se opusieron a llevar a cabo el Informe McBride, llegando incluso al extremo de abandonar la Unesco como una medida de presión que, en ese momento, funcionó a la perfección… y que sigue funcionando aún hasta la fecha, aunque ambos países ya se hayan reintegrado al organismo internacional.
“Ah, sí. Ese fue un excelente informe que por desgracia se enfrentó a las mismas posiciones reaccionarias que yo tuve que desafiar cuando presenté este programa que buscaba, que busca todavía hoy, ‘construir la paz en la mente de los hombres’. Tristemente, aquel documento no se llevó nunca a cabo y ya estamos viendo las consecuencias, porque vivimos en un mundo con enorme sesgo informativo (…) Recuerdo que cuando era pequeño había una colección de discos que se llamaba ‘his master’s voice’ (la voz de su amo) y eso es lo que tenemos ahora en la mayoría de los medios de comunicación: voces que repiten lo que dictaminan sus amos. ¿Y quiénes son ellos? Los consorcios. Estamos gobernados e informados por los intereses de los consorcios. Ni siquiera de los gobiernos: ¡De los consorcios! Estoy convencido de que una cultura de paz necesita del periodismo, pero de un periodismo veraz y fidedigno. Hoy tenemos unos medios interesados y mentirosos (…) y por ello, la gente ignora las motivaciones reales de muchas guerras y de muchos conflictos, y ya se sabe que ‘quien parcialmente conoce, parcialmente juzga’. Hoy, por la forma en que se nos presenta una noticia ¡una sola noticia!, podemos acabar juzgando erróneamente a grupos enteros de la población o incluso a naciones completas”.
Y en lugar del Informe McBride, que buscaba un paradigma de comunicaciones que solidarizara a los pueblos, haciendo énfasis más en lo que nos une que en lo que nos separa, el mundo eligió otra opción comunicativa: el actual ‘modelo informativo’, que está a cargo también de los países hegemónicos. Un modelo en donde el 96% de las noticias que consumimos provienen de 5 agencias de prensa cuyos países de origen son prácticamente los mismos que han implantado el veto (por encima del voto) en el Sistema de Naciones Unidas. Para esos países y para esas agencias, ‘la realidad’ es una fotografía con pocos matices, una fotografía que se repite y que todos conocemos de sobra: es la imagen cotidiana de un mundo colapsado, inseguro y atemorizado, donde el conflicto, la violencia y los desastres son (o parecieran ser) nuestra rutina diaria, el destino inexorable del mundo.
Hoy “la información y el conocimiento se han transformado cada vez más en recursos privados que pueden ser controlados, vendidos y comprados, como si se tratara de simple mercancía, y no de elementos que son fundamentales para la organización y el desarrollo social”, según afirma el informe elaborado por la Sociedad Civil, denominado ‘Construir Sociedades de la Información que atiendan necesidades Humanas’, presentado durante la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información, auspiciada por la ONU en el año 2003, justo el mismo año en que Estados Unidos, ya bajo la presidencia de George W. Bush, se reintegró a la Unesco. Esto quiere decir que, a más de 25 años de su fracaso en 1980, las necesidades identificadas por el informe McBride siguen vigentes, y son más que nunca necesarias en la era de un mundo inevitablemente globalizado.
Los medios y el urgente retorno a los valores éticos
“Decía de forma muy bella Antonio Machado: ‘es de necios confundir los valores y los precios’, pues yo le digo que como humanidad, hemos sido muy necios, mucho y durante mucho tiempo. Nos han hecho y hemos hecho mucho daño, por eso lo que debemos hacer ahora es muy claro: regresar a los valores éticos. Así de sencillo. Así de complicado. Y para esto necesitamos al periodismo, al buen periodismo que nos ayude a conocer la realidad, conocerla de verdad, con todas sus aristas, porque solo podemos transformar las cosas que conocemos. Hoy estamos siempre pendientes de quienes están rompiendo a la humanidad, fragmentándola (…) estamos pendientes de los precios, de los mercados (…) y sin embargo, de los valores éticos ya no habla nadie. Yo creo que una de las personas que más claramente habló de esto fue el Premio Nobel de la Paz de 1985 Bernard Lown. Él decía que debíamos andarnos con mucho cuidado porque vivimos de las noticias, pero resulta que casi todas las noticias son sobre sucesos (…) entonces, los focos de la comunicación iluminan sólo una pequeña parte de la realidad; vivimos inmersos en lo que supuestamente es insólito y nos vamos olvidando del conjunto, de lo cotidiano. Y la paz, como ya he dicho, la paz comienza justamente en los actos cotidianos”
En el Informe realizado por Sean McBride, aquel informe que el mundo rechazó, intentaron sentarse las bases de una comunicación global y un periodismo más ético, basado justamente en lo que dice su texto introductorio, presentado en Belgrado en aquél lejano pero todavía actual 1980:
“Cada nación forma parte de la realidad de otra nación. Aunque quizá no tenga conciencia real de su solidaridad, el mundo continúa volviéndose cada vez más interdependiente (…) la comunicación masiva en la era de los satélites ofrece a todos los pueblos la posibilidad de presenciar simultáneamente los mismos sucesos, intercambiar una información completa, entenderse mejor a pesar de sus características específicas, y apreciarse recíprocamente sin dejar de reconocer sus diferencias (…) Nuestra época nos ofrece la perspectiva de crear lo mejor o lo peor para el futuro; estas perspectivas solo se realizarán si resistimos la tentación de poner los medios informativos al servicio de estrechos intereses sectarios, y convertirlos en nuevos instrumentos de dominación y poder, justificando los ataques a la dignidad humana y agravando las desigualdades que ya existen. Con la llegada de un nuevo orden mundial de la comunicación, cada pueblo deberá poder aprender de los demás, al mismo tiempo que les transmite el propio entendimiento de su condición y su visión. La humanidad habrá dado entonces un paso decisivo por el camino de la libertad, la democracia y la hermandad.”
Aquél fue el sueño Amadou-Mahtar M’Bow, el antecesor de Federico Mayor Zaragoza en la Unesco. Un sueño que nació a mediados de los años 70 y feneció a principios de los años 80, sin jamás haberse siquiera intentado. Estados Unidos, que abandonó su pertenencia al organismo motivado por las aspiraciones del informe de Sean McBride, regresó a la Unesco en el otoño de 2003, en un momento en que un debilitado Sistema de Naciones Unidas ya sufría en carne propia el desdén mediático: en 2004, por ejemplo, lanzó la iniciativa ‘Diez Historias que el Mundo debería conocer’. Sin embargo, ninguno de los periodistas que asistieron al lanzamiento de esta mega-campaña de la ONU, escribió nada sobre estos temas humanitarios.
“¿Cómo vamos a prevenir o a evitar catástrofes y guerras si no sabemos ni lo que está sucediendo en el mundo? Si los medios y los periodistas nos cuentan solamente las cuestiones epidérmicas y superficiales de la realidad, entonces cualquier intento de cambio será así mismo: superficial, epidérmico. Hoy parece que lo único que interesa es hablar de problemas económicos, de primas de interés, del déficit en los mercados (…) y todo esto es resultado de esta economía de guerra en la que estamos inmersos (…) y mientras tanto nos olvidamos de hablar de la habitabilidad del planeta (…) Hoy es urgente que los medios y el periodismo nos digan, nos recuerden que ya no podemos vivir tranquilos siendo cómplices de este sistema donde millones de personas mueren por desamparo, por olvido, por desamor (…) Hoy un periodismo que hable de paz, que nos despierte y nos haga reaccionar de manera pacífica ante lo que sucede en el mundo, no solo es deseable, sino necesario y urgente. Y el momento es oportuno. Este momento es fascinante porque el ciberespacio nos está regalando una consciencia global y también la posibilidad de darle fuerza a un clamor popular para un verdadero cambio de rumbo. Tenemos que usar esta herramienta para debilitar la guerra y darle una oportunidad a la paz”
Ryszard Kapuscinski, uno de los grandes periodistas de la historia reciente, conocido y respetado por una labor impregnada de ética, afirmó en uno de sus textos que “la guerra es consecuencia de la interrupción de las comunicaciones entre los hombres”. La Unesco por su parte, en su documento fundacional afirma que “las guerras nacen (primero) en la mente de los hombres”. Ambas cosas son ciertas. Y ambas van de la mano. Las comunicaciones y el periodismo actual colman las mentes de violencia, presentándola como un medio y como un fin, como un destino inevitable. Y así, en los medios, sobre todo en los grandes medios de comunicación, pareciera que prevalece en su discurso la recreación ad-infinitum del fatal adagio que tanto indigna a Federico Mayor Zaragoza: “Si quieres la paz, prepara la guerra”
“Me gusta mucho el nombre de su Organización: ‘Corresponsal de Paz’, porque como le digo, es necesario cambiar el modelo, cambiar los paradigmas. Por supuesto que necesitamos conocer los horrores de la guerra, pero los corresponsales de paz deberían multiplicarse y estar ahí para contarnos sobre las posibilidades que nos ofrece esta dura realidad de hoy. Entonces podrían lograrse cambios muy notorios en los próximos años, porque es necesario un periodismo que nos acerque a la verdadera motivación que hay en los conflictos y las guerras. Solo así podremos erradicar la violencia. Insisto: el conocimiento es la llave para la libertad, y los seres libres siempre elegirán la paz. El mejor ejemplo lo puso un científico que recibió el Nobel por sus trabajos para la paz. Recuerdo aquel maravilloso discurso de Bernard Lown diciendo: ‘Solo aquellos que ven lo invisible, pueden hacer lo imposible’. Es verdad: debemos girar la mirada hacia los invisibles, todos, y especialmente los medios de comunicación y los periodistas, y entonces, quizá comprenderemos muchas verdades que hoy permanecen ocultas, y quizá gracias a eso tomaremos otras decisiones”.
Efectivamente, Bernard Lown recibió el Premio Nobel de la Paz en 1985 como parte de la ‘Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear’. Y por el tono de su discurso, se desprende que él, al igual que Federico Mayor Zaragoza, también era ‘un hombre esperanzado’, pues al recibir el galardón afirmó: “Para nosotros los médicos, es imperativo reafirmar el optimismo, pues aunque la recuperación sea dudosa, la actitud esperanzada del paciente promueve su bienestar y con frecuencia esa actitud lo lleva a la recuperación. El pesimismo degrada la calidad de vida y solo pone en peligro el futuro. Por eso hoy una visión positiva del mundo es esencial si queremos forjar un porvenir más prometedor”
Científico, hombre esperanzado y un empecinado creyente en la paz posible, en la que ha trabajado prácticamente toda su vida: así es Don Federico Mayor Zaragoza. Por todo ello, es muy probable, pues, que pronto encontremos a este excepcional fármaco-biólogo pronunciando su propio discurso al recibir el Premio Nobel. Por lo pronto, para cerrar esta entrevista, el Presidente de la Fundación Cultura de Paz, nos hace una petición:
“Me gustaría que los Corresponsales de Paz subrayaran en sus trabajos periodísticos la segunda parte del artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, porque todo el mundo conoce el inicio, que dice que ‘todos los hombres nacen libres e iguales en dignidad’ pero la segunda parte nos da la clave, el camino a seguir (…) Dice así: ‘estando dotados de razón y conciencia, debemos comportarnos fraternalmente’. Es decir que si aprendemos a consideramos como hermanos, y no como extraños, podremos encontrar salidas pacíficas para inventar un futuro mejor, un futuro común, un futuro con paz. ¡Y claro que es posible! Yo así lo creo.”