Equipos de primera división, alineaciones futbolísticas de discapacitados, inmigrantes, selecciones infantiles, femeniles y masculinas se reúnen cada dos años en la llamada “Copa de la Paz”, un torneo internacional todavía poco conocido, que busca recuperar el espíritu original de las competiciones universales: unir los ánimos, y que los enfrentamientos entre naciones se disputen exclusivamente en el campo deportivo
Para el árbitro Francisco Jesús Ballesteros Prieto, el partido más difícil que ha tenido que dirigir se jugó en Andalucía. Era un encuentro futbolístico entre discapacitados psíquicos profundos, que desconocían por completo las reglas del juego: “yo pitaba pero nadie me hacía caso y seguían jugando, tenía que ir a por el balón y colocarlo en el lugar de la falta (…) fue difícil, pero lo disfruté mucho, personal y deportivamente”
Este árbitro español con experiencia de 20 años en el campo, ha mediado en varios encuentros a pesar de no estar oficialmente colegiado. ¿La razón? Él mismo es un discapacitado físico y enfermo mental, a quien se le ha negado el título a pesar de su demostrada capacidad para el arbitraje.
En abril de 2009, el torneo denominado “Goles por la Paz” permitió que equipos imposibles se enfrentaran en las canchas de diversos puntos de Andalucía, en España: inmigrantes sin papeles, adultos mayores, discapacitados físicos y psíquicos y jóvenes promesas. Ballesteros Prieto, arbitró 7 de estos enfrentamientos sin cobrar un centavo. El torneo era la antesala de la llamada Peace Cup, y la idea original cumplía las expectativas: hacer realidad los sueños de estos deportistas que “el mundo normal” suele dejar relegados más allá del segundo plano.
Un sueño unificador a través del balón
La Copa de la Paz nació en 2003, apenas un año después del Mundial de Corea y Japón (2002), y es en realidad una de las actividades de la Fundación Peace Dreams, aunque ciertamente, es su principal proyecto, de cuyas ganancias se obtienen fondos millonarios para apoyar las otras iniciativas sociales del organismo, todas relacionadas con el mundo deportivo, y siempre dirigidas a los lugares más desfavorecidos del planeta, ya sea por la guerra, por los desastres naturales o por las carencias económicas.
El reverendo de la iglesia de la unificación Sun Myung Moon es el fundador de “Los sueños de paz”, aunque la idea ya ha trascendido fronteras en su objetivos, pues esta copa, que se organizó cada dos años exclusivamente en Corea del Sur, se estrenó por primera vez en un país europeo, con la participación la edición de 2009, de 12 equipos del más alto nivel, que supera por mucho a las 8 alineaciones internacionales que solían tener las competiciones en Asia.
“Crear la paz a través del fútbol es nuestro lema principal, porque es un deporte ley que se practica en casi todo el mundo actual, y eso lo convierte en un vehículo ideal para llevar esperanza y unión a los lugares menos favorecidos de nuestro planeta”, dice en entrevista Alejandro Moon, asistente de la división internacional de la Peace Cup 2009.
Pero es innegable que el fútbol de nuestros días es -también y sobre todo-, una cuestión de espectáculo, de millonarios contratos y de ganancias estratosféricas. Los organizadores lo saben. Y puesto que del éxito de la Copa de la Paz depende el mantenimiento de sus proyectos sociales, los equipos elegidos son el principal atractivo para este torneo, al que asisten los equipos líderes de esta pasión deportiva.
El Juventus de Italia, el Atlante de México, el Al-Ittihad de Arabia Saudita, el Fenerbahçe de Turquía, el Celtic de Escocia, la liga de Quito Ecuador, el Porto de Portugal, el Aston Villa de Inglaterra, el Seongnam de Corea, el Olímpico de Lyon, de Francia, el Málaga y el Sevilla de España, y para cerrar con broce de oro: el Real Madrid, son todos equipos que en sí mismos representan una garantía de arte elevado en la cancha.
Hacerlos y verlos jugar juntos es precisamente “el gancho” principal de la Copa de la Paz, pues de la venta de sus 600,000 entradas, de sus transmisiones televisivas en 130 países y el mercadeo de los productos, depende la ayuda que puedan brindar a los otros proyectos sociales que apoya la Fundación Peace Dreams.
Si juegan las luminarias… quizá algo sucederá sobre la tierra
La estrella indiscutible de la Peace Cup en aquel 2009 no podía ser otro que el Real Madrid, un equipo que a lo largo de su historia, ha recibido duras críticas por su inversión en fichajes, los más caros de la historia del fútbol, y pagados en plena crisis financiera: para conformar su alineación de ensueño, el “equipo galáctico” ha gastado hasta 200 millones de euros en la compra de jugadores estrella como el portugués Cristiano Ronaldo y el brasileño Kaká.
En su momento, políticos, ex jugadores, clubes rivales y hasta el mismísimo Vaticano, se mostraron escandalizados por una cifra que eleva a lugares desconocidos del cielo, los precios terrestres de este deporte cuyos salarios y ganancias directas e indirectas, ya alcanzan cifras de escándalo.
La prensa internacional suele hacerse eco de estas “historias de éxito”, pero en el fútbol, como en todo, por cada historia luminosa en el horizonte, se tejen tras bambalinas cientos de anécdotas oscuras que buscan si no el triunfo, al menos la dignidad deportiva y sobre todo, -sobre todo- la dignidad humana…
Y éstas son precisamente las metas a donde Peace Dreams, a través de la Copa de la Paz, busca meter algunos certeros goles, que despierten la ilusión y las oportunidades entre los jugadores –actuales y futuros- de las naciones menos afortunadas; historias que con frecuencia ocurren en los países de origen de los astros futbolísticos actuales.
Ejemplos sobran, aunque para la mayoría son desconocidos. Porque ¿Alguien se pregunta lo que sucede con el fútbol en países que enfrentan un conflicto? La selección Iraquí, hoy en ruinas tras largos años de guerra, estuvo a punto de llevarse una medalla olímpica en Atenas 2004, apenas un año después de la invasión a su país por las fuerzas de la coalición en 2003. Un triunfo heroico y agridulce, que está en el olvido.
Adnan Hamd (Bagdad, 1960) quien fuera seleccionador de Jordania, era el técnico de Irak en aquel momento de amarga gloria, habla de las condiciones que vive este país que finalmente y muy a su pesar abandonó: “Irak siempre fue una potencia futbolística de primer orden en Asia, pero cuando llegó la guerra todo se vino abajo (…) la guerra no sólo ha destruido físicamente nuestro país, sino todo lo que en el había y se hacía. El fútbol, por lo tanto, también desapareció. Destruyeron nuestros estadios, nuestros equipos, todo. Nadie puede imaginar cómo vive un jugador de fútbol en mitad de una guerra. Estás rodeado por las fuerzas de ocupación, que te impiden realizar tu vida normal”.
Y no es el único caso de esas historias del fútbol que buscan la luz a pesar de la oscuridad. A principios del año 2009, por lo menos 3 jugadores de la selección palestina –que sí existe- murieron bajo los embates de los bombardeos israelíes que mataron a más de 1,400 personas en apenas unos días.
Cosas del destino… apenas unos días antes, la Federación Internacional de Fútbol (FIFA) había premiado a la Federación Palestina por su labor para mantener en alto los estándares futbolísticos a pesar de su cotidiano estado de alerta por el conflicto, y por contribuir a la construcción del primer estadio en Cisjordania en cumplir las reglas internacionales, y cuyas instalaciones fueron gravemente dañadas durante los ataques aéreos de Israel.
¿Y cuántos conocen la historia de Fabrice Noël, un jugador estrella, nacido en el convulsionado Haití, que tras sufrir un chantaje, salvarse de ser asesinado por un poderoso seguidor de su equipo rival, y sufrir la muerte de dos de sus hermanos en una sangrienta represalia tras su negativa, tuvo que huir a Estados Unidos, pedir asilo político y trabajar como inmigrante antes de ser redescubierto por un entrenador de ese país?
Seguramente pocos conocen estos casos donde nada separa a lo deportivo de la situación humana, y que sin embargo quedan sepultados bajo el alud publicitario de “las grandes luminarias futbolísticas”, esos pocos afortunados que no sólo han logrado escapar a la cotidianeidad, sino que se han alzado hasta casi parecer seres inmortales.
Espectáculo o no, el juego social debe continuar
Si imagináramos al mundo como una enorme cancha donde se enfrentan los equipos del Norte vs el Sur, cualquier árbitro justo daría una tarjeta roja a la situación global: inequidad económica, al menos 30 conflictos abiertos, crisis ecológica, financiera y alimentaria, (encimadas la una sobre la otra), discriminación, desigualdad de género y un largo etcétera… sin embargo, lo cierto es que no todo está plagado de “juegos sucios”, y la Peace Cup ha hecho énfasis en historias que merecen rescatarse, imitarse y sobre todo, apoyarse: ése es su ‘goal’, su meta final.
Ahí está el caso por ejemplo del equipo Guber Srebrenica, que bajo la dirección del entrenador bosnio musulmán Jusuf Malagic, tiene una alineación (que según la propia descripción de la Peace Cup) merecería ganarse un premio a la convivencia multiétnica, pues está conformado por jugadores serbios, musulmanes y croatas, una labor titánica a nivel deportivo y humano, si se tiene en cuenta que la ex Yugoslavia vivió uno de los peores enfrentamientos de la historia reciente, que se saldó con la muerte de 200, 000 víctimas en campañas de “limpieza étnica” entre los diversos grupos que habitaban el país, hoy dividido en fragmentos.
En Nueva Zelanda, Wynton Rufer, quien fuera designado uno de los 100 jugadores más grandes de la FIFA y tres veces elegido jugador del año en Oceanía, también forma a jóvenes promesas en su propia escuela Wynrs (Ganadores), y entre cuyos alumnos hay niños de bajos recursos, hijos de inmigrantes o refugiados políticos, a quienes el ex jugador apoya personalmente o les busca patrocinios para que no trunquen su carrera.
«Ahora mismo tenemos 450 chicos de entre 8 y 16 años, algunos de Somalia, Afganistán o Irak. Mi labor, además de entrenarlos, es buscar ayudas en nuestra comunidad para poder traer a los mejores talentos y llevarlos a competir al extranjero», dice Rufer.
Y si el mundo reconoce el indiscutible estilo “joga bonito” brasileño con los nombres de Pelé, Ronaldo, Ronaldinho o Kaká, y se ha convertido en la incubadora por excelencia de los mayores genios del balompié, la verdad es que pocos saben que esta ‘cuna de las estrellas’ hace muchos años que ha descubierto la relación entre el fútbol y las condiciones sociales.
Hace ya una década que Brasil organiza el llamado “Campeonato de Comunidades Carentes de Rio de Janeiro”, conocido popularmente como ‘el torneo de favelas’, por cuyas competencias desfilan cada año niños de bajos recursos de entre 11 y 18 años. El país carioca también comenzó hace 13 años con la implantación de escuelas de fútbol con espacio para hasta 300 alumnos en cada una, y esta iniciativa abarca ya a unos 600 municipios. En los años de su existencia, este programa ha visto pasar a 1.5 millones de niños, que han encontrado en el juego una alternativa a la violencia y la orfandad de las calles.
Peace Dreams, sueños pacíficos muy reales
Aunque el fútbol, como todas las competencias deportivas, tiene su base en el enfrentamiento y la rivalidad de los equipos, la realidad es que su capacidad unificadora es grande y comprobada. Bora Milutinovic, el entrenador serbio reconocido mundialmente, que se ha estrenado como director técnico de la maltrecha selección iraquí, no duda de las capacidades pacíficas de este deporte:
“Cuando Irak ganó la Copa de Asia fue una fiesta para todos: chiíes, suníes, kurdos. Toda la gente veía los partidos juntos, sin importar su religión o su etnia (…) el fútbol también muestra su cara solidaria –afirma Milutinovic – para conseguir dinero a través de partidos y actos benéficos para ayudar a los más necesitados”.
Didier Drogba, el jugador “crack” goleador del Chelsea, nacido en Costa de Marfil, es un claro ejemplo del poder moral que puede ostentar una estrella del fútbol en un país que vive de sueños rotos. En más de una ocasión, la sola palabra de Drogba ha logrado lo que no pueden los 11,000 mil efectivos de las Naciones Unidas: pacificar –aunque sea por unos días- a las fuerzas que se enfrentan por el poder en Costa de Marfil desde hace más de 5 años. De hecho, sus triunfos en las canchas han sido celebrados por ambas facciones de esta guerra, que ya se ha cobrado miles de víctimas entre la población civil –especialmente mujeres y niñas-, según han denunciado diversos organismos internacionales.
Así, con estos ejemplos y otros tantos similares, los fundadores de Peace Dreams, y los organizadores de la Peace Cup, reconocen las enormes posibilidades que pueden encontrarse con la utilización pacífica de un deporte que se juega y se admira en prácticamente el mundo entero.
Según Alejandro Moon, el asistente de la división Internacional del torneo, gracias a los dividendos de las Copas de la Paz celebradas en Corea en 2003, 2005 y 2007, ya han beneficiado a unas 10,000 personas en diversos proyectos conjuntos con la UNICEF y otras agencias de las Naciones Unidas, así como a través de sus propias iniciativas de fútbol pacífico.
Actualmente, la fundación Peace Dreams lleva a cabo programas como: “Sports for Peace”, que son actividades deportivas celebradas en comunidades marginales del mundo. El “Way of the Champions” está centrado en el trabajo con entrenadores para que sean ellos los que inculquen valores entre sus alumnos, y cuyo laboratorio prueba se lleva a cabo en Jordania con 30 técnicos futbolísticos de ese país. La “Peace Dream Cup” es un torneo organizado en países en vías de desarrollo, que busca estrechar lazo entre las comunidades y que se lleva a cabo junto con ACNUR, la agencia para los refugiados de la ONU.
Probablemente su programa más ambicioso y novedoso en la actualidad es el llamado “Peace Field”, cuya misión es construir canchas de fútbol en zonas fronterizas conflictivas que puedan servir como punto de encuentro para la juventud de las partes enfrentadas. El primer “campo de paz” se está llevando a cabo actualmente entre Israel y Palestina, donde el proyecto va tomando forma de forma paulatina, debido precisamente a la situación imperante en el lugar, pues no en vano se trata del conflicto más añejo y enquistado de nuestra época, con más de 60 años de enfrentamientos.
Una pelota de la paz, más allá del área de juego
En la edición 2009, la Peace Cup se realizó por primera vez fuera de las fronteras Coreanas. Andalucía en España, fue elegida entre varios candidatos europeos para ser la sede europea de este torneo internacional, que logró reunir en su exhibición, a 12 de los mejores equipos del mundo futbolístico actual.
Sin ser un “Mundial” en mayúsculas, el evento fue transmitido a más de 130 países por sistemas privados de televisión, con ganancias que rondaron los 6 millones de euros, y destinados a los diversos proyectos de la Fundación Peace Dreams.
Entre el 24 de julio y el 02 de agosto, las ligas invitadas a participar se disputarán un premio de 2 millones de euros para el primer lugar, mientras que el subcampeón recibirá un millón de euros y los semifinalistas medio millón de euros… cantidades nada despreciables para algunos de los clubes participantes, cuyos jugadores se han mostrado además orgullosos por la oportunidad de que su arte en la cancha pueda traducirse posteriormente en una ayuda humanitaria tangible, y con tintes eminentemente deportivos.
Nelson Mandela, el fallecido líder sudafricano y Nobel de la Paz dijo alguna vez: “El deporte tiene el poder de unir a gente de una manera que pocas cosas pueden. El deporte lleva esperanza a donde sólo había desesperación, rompe las barreras raciales, se ríe en la cara de la discriminación… el deporte habla un idioma que todo el mundo puede entender… es una de la formas de comunicación más efectivas del mundo moderno.”
Romper barreras y destinar algunos de los miles de millones que se juegan en las canchas del mundo es precisamente la meta final de la Copa de la Paz, la misma que dejó arbitrar a Francisco Ballesteros sin importar su discapacidad, y a pesar de no estar reconocido por un colegio de árbitros que le niega la entrada al “mundo de las estrellas”.
Francisco Jesús Ballesteros Prieto, que sufre una parálisis cerebral y un trastorno en el control del impulso motriz, no duda en afirmar que “las actuales barreras son sobre todo sociales y de sensibilización”.
Él seguirá mientras tanto luchando para que los árbitros discapacitados tengan su espacio en el mundo futbolístico, y por lo pronto, su participación en el torneo de Goles por la Paz le ha cumplido el pequeño gran sueño del reconocimiento, porque lo han “juntado en el juego”…
Esta es la meta principal de Peace Dreams: que quien quiera jugar al fútbol, pueda hacerlo, y que quien quiera pelear, lo haga en un mundo enfrentado solamente en las canchas y no en las guerras; un mundo donde las rivalidades duren sólo 90 minutos, y las diferencias entre unos y otros sólo sean marcadas por las capacidades en el área de juego, pero fuera de él seamos iguales… Porque precisamente, la paz del mundo más que un juego, es algo muy serio.