Mujeres en el sacerdocio y el fin del celibato obligatorio: ésas son sus premisas. Alrededor del mundo las voces femeninas crecen y hacen temblar a lo que constituye –quizá–, uno de últimos universos exclusivamente masculinos: la alta jerarquía católica
Dicen las escrituras que Jesús fue bautizado en las aguas del Río Jordán. Quizá por ello las mujeres que en diversas partes del mundo han optado por ordenarse sacerdotes, realizan siempre sus ceremonias al abrigo de un significativo río de la región donde habitan: el Danubio en Austria y Alemania, el río San Lorenzo entre Canadá y Estados Unidos o el río Saone, en Francia.
Cuando en julio del 2001, representantes de 26 países se reunieron en Dublín para el Primer Congreso Ecuménico del Movimiento Mundial por la Ordenación de la Mujer, probablemente el Vaticano no tomó muy en serio sus planteamientos; después de todo, el sacerdocio femenino fue oficialmente prohibido en los albores mismos del catolicismo, concretamente en el año 325 durante el llamado concilio de Nicea. Y desde entonces hasta ahora, del siglo IV hasta la fecha, la cuestión ha permanecido aparentemente inalterable.
Inquebrantable. Pero no para todos, puesto que para bien o para mal, las disidencias también son eternas. Fue en 2002 cuando Rómulo Braschi, un arzobispo argentino, él mismo excomulgado, y fundador de la Iglesia Carismática Católico-Apostólica de Jesús Rey, se decidió a ordenar como sacerdotes a un simbólico número de 7 mujeres: cuatro alemanas, dos austriacas y una estadounidense. Así, ante la presencia de unos 300 testigos, estas mujeres recibieron el sacramento ritual de la orden sacerdotal, mientras navegaban como un vals sobre las aguas del ‘Danubio Azul’: el movimiento clerical femenino, no hacía más que comenzar.
El peor castigo y ‘por la dignidad de la mujer’
En agosto de 2002, el fallecido Papa Juan Pablo II hacía su quinta (y última) visita a México, pero para entonces, un documento que otorgaba el peor castigo católico posible para estas mujeres, ya estaba redactado.
La Congregación Vaticana para la Doctrina de la Fe (el organismo católico que antes fue llamado “La Santa Inquisición”), decretaba para ellas la excomunión, y firmaba el escrito el prefecto máximo: el entonces cardenal alemán Joseph Ratzinger, convertido ahora en el Papa Emérito (o ex Papa, para algunos) «Benedicto XVI»
“Cristo no llamó a ninguna mujer para ser su apóstol”: ése es el argumento central del Vaticano para prohibir y en este caso deslegitimar la ordenación femenina. Siempre bajo esta interpretación de “la palabra santa”, sólo a los hombres les es concedido el triple poder sacerdotal de enseñar, santificar y gobernar, así como la facultad de otorgar los santos sacramentos. Si el Papa Honorio III (1227) sentenciaba que “…las mujeres no deben hablar, porque sus labios llevan el estigma de Eva”, el Papa Juan Pablo II fue mucho más conciliador, sin que por ello cediera terreno alguno. Karol Woytila, el Papa Mariano por excelencia, dictó en 1988 la carta apostólica “Mulieris Dignitatem” y en 1994 la “Ordinatio Sacerdotalis”, ambos escritos son dulcemente tajantes al respecto del lugar de la mujer en la iglesia: “…no se puede de ninguna manera conducir a la «masculinización» de las mujeres (…) no puede tender a apropiarse de las características masculinas, en contra de su propia «originalidad» femenina”.
Palabra de mujer: la iglesia somos todos
Después de la primera ordenación del llamado grupo de las 7, al menos otra docena de mujeres más en todo el mundo se han hecho “oficialmente” Sacerdotisas. Ninguna ha querido renunciar a su fe católica y algunas de ellas están incluso casadas, puesto que el Movimiento por la Ordenación de las Mujeres no sólo defiende el ministerio femenino, sino además, promueve el fin del celibato obligatorio entre los sacerdotes, tanto hombres como mujeres.
Estos son algunos testimonios de estas subversivas “Sacerdotisas Católicas”, cuyo movimiento va expandiéndose entre la grey. A pesar de que su iglesia les ha cerrado las puertas y ‘condenado’ doblemente (por ser mujeres y además desobedecer al Vaticano), en al menos tres continentes del planeta ellas ya llevan a cabo todas las ceremonias que, hasta ahora, estaban reservadas sola y exclusivamente para los hombres.
Christine Mayr-Lumetzberger. Austria. Pertenece al llamado grupo de las 7. Ordenada en 2002 por el Arzobispo Braschi. Casada. Responsable de otras ordenaciones tanto en Europa como en Estados Unidos y Canadá. Miembro de la organización “Somos Iglesia”: |
“Mi decisión ha sido un largo y reflexivo proceso, hasta que finalmente llegué a un punto de no-retorno y decidí dejar de tener miedo. Cuando supe que nuestra labor podría ayudar a millones de mujeres, entonces di el paso definitivo Nosotras no estamos en contra de nada ni de nadie, al contrario, creo que somos incluyentes. La Iglesia nos necesita. Hemos sido objeto de muchos malos entendidos y sin embargo, la gente en nuestros lugares nos acepta y nos respeta, es el clero quien nos rechaza, probablemente porque hay un miedo intrínseco en la Iglesia a todo aquello que sea femenino. Yo sé que nuestro movimiento será durante un tiempo sólo un grupo profético, que quizá en el futuro establezca cambios significativos en la Iglesia y sobre todo entre los católicos. La jerarquía debe comprender que el mundo ha cambiado y nosotros y la Iglesia, debemos cambiar también. Sobre el Papa Benedicto, (…) mh… estoy segura que si algún día tuviéramos la oportunidad de hablar personalmente, él entendería nuestra postura, así como a mí me gustaría escucharle para conocer la suya”.
Geneviève Beney. Francia. Teóloga desde 1980. Ordenada en Julio del 2005 por dos Obispas del llamado Grupo de las 7. Está casada con un protestante. Miembro de la Asociación “Mujeres y Hombres en la Iglesia”: |
“Por supuesto que todavía soy católica. El catolicismo no es el problema. Yo creo en mi religión, sin embargo, sabía que correría el mismo destino que mis primeras compañeras sacerdotisas, y que me exponía a la excomunión, aunque yo no he recibido ninguna carta oficial del Vaticano. Por ahora y durante algún tiempo, seremos solamente un ‘movimiento de protesta’ pero tengo la esperanza de que las cosas cambiarán. Yo por ejemplo pensaba que nunca en mi vida vería oficiar a una mujer sacerdote y ahora ¡lo estoy haciendo yo misma! Y la gente me busca para que les de los sacramentos o la confesión, no tienen miedo y además ¡somos necesarias! Aquí en mi región hay un solo sacerdote para atender (¿) 12 pueblos. La gente nos necesita y la Iglesia también. Nosotras como mujeres, quizá somos más sensibles para ciertos temas. Nuestro sacerdocio es igual, y diferente al mismo tiempo. No queremos quitarle el lugar a los hombres, queremos tener el nuestro, otorgar nuestra visión femenina. Es por eso que también pedimos que el celibato no sea obligatorio, porque yo, como mujer casada que soy, puedo entender mucho mejor quizá algunos problemas de mi gente. Desgraciadamente la jerarquía es una institución machista o en el mejor de los casos misógina. Ellos hablan de una ‘dignidad femenina’ desde su visión, pero nadie nos ha preguntado sobre nuestra propia idea de dignidad. Comprendo que se sientan amenazados: nos hemos atrevido a cuestionar su poder y el destino de la mujer en la Iglesia.»
Victoria Rue. Estados Unidos. Activista en pro de la Ordenación femenina y de los derechos de los grupos marginados, incluidos gays y lesbianas de Estados Unidos. Durante un tiempo fue monja. Es soltera, pero vive en pareja desde 1990. Escribe y dirige obras de teatro sobre su ministerio religioso: |
“Yo tengo una casa-iglesia en donde ofrezco los sacramentos a todas aquellas personas que como a mi, el Vaticano nos ha cerrado la puerta: prisioneros, gente sin hogar, lesbianas y homosexuales, a quienes por cierto, ahora la alta jerarquía quiere equiparar a los pederastas, y eso me parece muy injusto. Soy católica, pero también creo en una iglesia donde la sexualidad no sea necesariamente pecaminosa, porque entiendo que la sexualidad también es un regalo de Dios. Creo firmemente que las mujeres podemos crear una iglesia donde todo el mundo sea bienvenido a la mesa. De eso y muchas cosas más se asusta la jerarquía. Ellos saben que con nuestra llegada cambiará todo: los rituales, el lenguaje y la jerarquía misma. El nuestro es un movimiento profético que llama al futuro de la Iglesia. Ellos deben superar de una vez por todas, su temor a lo femenino, pues ya se han cometido muchos errores y muchos crímenes debido a esos recelos”
Por sus frutos los conoceréis: curas… ¿con faldas?
“Sobre todo, confío en vuestras palabras”, dijo el Papa Benedicto XVI a sus fieles durante su primera alocución como Pontífice. Una frase que para Luzmila Javorova debió tener especial significado. Luzmila fue ordenada Sacerdote desde 1970 por Monseñor Davidek, por aquel entonces arzobispo de Brno, una localidad de la antigua Checoslovaquia. Eran los tiempos más duros del comunismo, y el catolicismo sólo se practicaba en la clandestinidad.
El arzobispo ordenó también, de manera secreta (y a instancias del Vaticano mismo), a 17 obispos y 68 sacerdotes varones, algunos de ellos casados. La Iglesia les había pedido ‘no colaborar con el gobierno Checoslovaco’ de la época.
Y así, siempre en secreto, Luzmila llegó incluso a ser Vicaria General. Sin embargo, con la caída del Muro de Berlín en 1989, y en la llamada Revolución de Terciopelo europea, la fe católica volvió a ser libre. La sacerdotisa decidió entonces pedir el reconocimiento oficial para un nombramiento que había sido aprobado por el Vaticano en tiempos difíciles.
El silencio fue su única respuesta. No fue hasta 1995 cuando su carta enviada al propio Juan Pablo II, un pontífice conocedor de la persecución católica, tuvo efecto en Roma: la jerarquía que antes le pidió ayuda, se escandalizaba ahora por ‘la existencia de una mujer sacerdote’, de obispos casados y curas con nietos.
El –entonces- cardenal Ratzinger, (ahora Pontífice Emérito) al frente por esos tiempos de la Congregación Vaticana para la Doctrina de la Fe, fue el encargado de poner el orden, invalidando todas esas ordenaciones.
Jesucristo lo sabía: nadie es profeta en su tierra…
Según fuentes del Vaticano, la población católica creció 40% entre 1975 y 2002, pero la cantidad de sacerdotes ha permanecido casi invariable desde entonces. En el mundo 1,070 millones de personas profesan la religión católica. Estas mismas estadísticas indican que más de 780 mil mujeres sirven a la Iglesia en contraposición con el número de varones, que asciende a poco más de 400 mil.
Uno de los mayores grupos que promueve el sacerdocio femenino, el movimiento “Somos Iglesia” tiene su sede precisamente en Alemania, país natal del Pontífice que renunció a su cargo en febrero de 2013, Benedicto XVI; un movimiento que cuenta con el apoyo de por lo menos dos millones y medio de católicos en los países germano parlantes, así como unos cuatro millones en Europa, Estados Unidos y Canadá. Este y otros movimientos insisten, sin embargo, en que el Sacerdocio Femenino no es sólo para ‘paliar la falta de varones’ que optan por el sacerdocio, sino también y sobre todo, para imprimirle ‘otro rostro’ a la Iglesia del siglo XXI, un rostro femenino.
En España, un país de alta tradición católica, el escritor Pepe Rodríguez, autor del libro Mentiras fundamentales de la Iglesia Católica (Ediciones B Barcelona, 1985) señala en uno de sus capítulos: “Siete son las mujeres que siguen y sirven a Jesús de forma continua: María de Magdala, María de Betania y su hermana Marta, Juana, Susana, Salomé y la suegra de Simón-Pedro. Y todas ellas son personas nada convencionales, libres de amarras sociales, capaces de decidir su presente y su futuro. Mujeres al Servicio de Dios y del naciente evangelio, y el rol que desempeñaron, aunque fue restringido por las condiciones sociales imperantes, no fue menos importante que el de los llamados apóstoles de Jesús”
El también autor de Dios nació mujer (Ediciones B Barcelona, 1999) señala que “a pesar de la misoginia que caracteriza a la Iglesia, Jesús trató a la mujer con igualdad de derechos y la hizo protagonista de todos los episodios fundamentales de su vida pública. De hecho, María de Magdala fue la primera en recibir la aparición de Jesús resucitado y la encargada de comunicárselo a los discípulos varones.
La Papisa o Pontífice mujer. ¿Mito o Realidad?
Ioannes Angelicus. La mujer que se convirtió en Papa (Plaza y Janés, 2005). Así se llama el libro del escritor mexicano Arturo Ortega Blake, en donde se rescata un episodio borrado de la “memoria oficial” de la Iglesia Católica: El Papado de Juan VIII, quien en realidad era una mujer disfrazada de hombre; fue una religiosa de pobre origen que llegó, sin embargo, a la mayor envestidura en la jerarquía eclesiástica.
Según el autor, a principios del siglo XV, la existencia de la Papisa era aceptada por los notables de la Iglesia católica de entonces. Su posterior olvido y reducción a carácter de ‘leyenda’ lo animaron a investigar más sobre esta fascinante trama, a la que sin embargo Ortega Blake no quiso calificar de ‘histórica’. Y aunque resulta aún incierto el nacimiento de esta leyenda, se cree que se trata de una mujer que vivió en el siglo IX, nacida en la región que hoy ocupa Polonia, el país de origen del Papa más querido de los últimos tiempos: Juan Pablo II.
Ortega Blake, afirma que algunas de las preocupaciones de “la Papisa Juana” eran la abolición del celibato, una mayor participación de las mujeres, la relación con otras religiones y la protección a los desamparados. “Sus ideales siguen vigentes”, aseguró el economista de profesión, y también autor del libro Frontera de papel.
En 2009, esta historia-leyenda fue llevada a la gran pantalla. El filme “La Pontífice” está basado en la novela del mismo nombre de la escritora estadounidense Donna Woolfolk Cross, quien rescata en su libro la vida y muerte del breve papado de Juan VIII (es decir, de la Papisa Juana), quien no sólo era una mujer ostentando la “Mitra Papal”, sino que habría muerto en una procesión a causa de su embarazo y los dolores de parto.
Tradición y fervor latinoamericanos, ¿la salvación para la Iglesia?
Latinoamérica es una región eminentemente católica y especialmente tradicional. Sin embargo, también aquí se experimenta una crisis en el número de sacerdotes. La Arquidiócesis Primada de México ha reconocido que a pesar del aumento de católicos bautizados, los sacerdotes siguen siendo prácticamente los mismos que hace 20 años.
De acuerdo con el censo eclesiástico del simbólico año 2000, 87.9% de la población mexicana practica esta creencia. Mientras que según la Secretaría de Gobernación hay 14 mil sacerdotes repartidos en 82 diócesis y 14 arzobispados.
En la región, la organización “Católicas por el Derecho a Decidir” ha mostrado su abierto apoyo a las iniciativas del Sacerdocio Femenino, aunque formalmente no hay aquí ni siquiera un movimiento incipiente similar a la de otros países para ordenar a mujeres como sacerdotisas.