La historia de Ashwini Angadi, una joven ciega que lucha por el derecho a la educación de las niñas discapacitadas en India. En 2013 recibió el premio Youth Courage y coincidió con Malala Yousafzai en la celebración del Malala Day. La pakistaní dijo sobre ella que es «una inspiración para el mundo entero»
Malala también nació en la India. Fue hace 24 años, en el norte de Karnataka, en una zona rural y empobrecida donde el futuro suele ofrecer pocas oportunidades, especialmente, si naces niña. Casi ninguna si, además, llegas al mundo siendo invidente. La “Malala” india se llama Ashwini Angadi, y su historia es una verdadera “inspiración para el mundo”, como le dijo la mundial Malala Yousafzai el pasado mes de julio durante la celebración, en las Naciones Unidas, de su décimo sexto cumpleaños.
Puntualmente, la voz de Ashwini llega a una pantalla en blanco desde Bangalore, donde vive con su familia. “No tengo buena conexión para que puedas verme”, se disculpa. Es una voz que sonríe cuando se le recuerdan las similitudes de su historia con la de la pakistaní y que humildemente responde que sí, que es verdad que los medios de comunicación de su país la llaman la “Malala india” o la “Malala de Karnataka”, pero que en realidad no es “tan comparable con ella”.
En un país en el que hay más de 40 millones de niños trabajadores menores de 14 años, según Save the Children, o donde el 47 por ciento de las jóvenes de entre 20 y 24 años afirma haberse casado antes de los 18, según Unicef, ejemplos como el de Ashwini demuestran la fuerza transformadora de la educación, incluso cuando uno parece haber nacido predestinado a algo que no todos llamarían vida. “India es todavía un país machista, la gente tiene muchos prejuicios, hay muchos estereotipos, especialmente contra las chicas con discapacidad. La gente piensa que si una niña es discapacitada no puede ser independiente, que va a ser sólo una carga para alguien, y que entonces es mejor no tenerla; mejor, matarla”, sostiene rotunda.
Sus padres fueron los primeros que tuvieron que enfrentarse a esa violencia cultural que perpetúa las desigualdades que, por partida doble, afrontan las mujeres discapacitadas indias. “Pero ellos no hicieron caso a lo que les decían, me escucharon y me dejaron hacer lo que yo quería, se esforzaron por que yo pudiera tener una educación”, cuenta Ashwini. Y no solo la tuvo, sino que sobresalió y contribuyó a mejorar la vida de otras jóvenes como ella de tal manera que este año obtuvo el Youth Courage Award for Education, que le fue entregado por el Relator Especial de las Naciones Unidas para la Educación Global, Gordon Brown, exprimer ministro británico.
Igual que vosotros
De los 4 a los 14 años Ashwini estudió en un colegio especial. Más tarde, junto con su familia, se trasladó a Bangalore para continuar su formación. “Allí estábamos todos en la misma clase, mezclados; era la primera vez que tenía compañeros que no eran discapacitados, pero la gente no se relacionaba conmigo, ése fue el primer desafío”, recuerda. Y la primera demostración de su coraje en un discurso (el primero de todos) que dio durante la función anual del instituto. “Me habían dado un premio por ser la mejor estudiante y los profesores me pidieron que hablase, que les diera un mensaje a mis compañeros”. Y eso hizo: “Yo también pertenezco al género humano. Como igual que vosotros. Bebo igual que vosotros bebéis. Sueño como vosotros. Y pienso, como vosotros hacéis”.
Cuando Ashwini llegó a la universidad, ésta no estaba preparada para recibir alumnos ciegos. «No había ordenadores ni programas especiales en braille». Todas esas dificultades que se fueron interponiendo en el camino le dieron fuerzas para seguir adelante, para reclamar su derecho a estudiar en condiciones de igualdad respecto al resto de alumnos y para romper sus propias barreras y demostrarse a sí misma que sí podía, que era capaz de hacerlo. «Llegaba a casa a las 5 de la tarde. De 5:30 a 9:30 de la noche me dictaban las lecciones y de 10 a 2 de la madrugada estudiaba lo que había escrito y me iba a dormir». Con esa perseverancia y disciplina se licenció el pasado año en Historia, Economía y Música. Fue la mejor de su promoción.
Desde entonces ha trabajado por mejorar las condiciones educativas de las personas con discapacidad en la India, especialmente de las niñas. «Yo no pude disfrutar de las mejoras, pero afortunadamente, mis ‘hermanas’ que han venido después sí que las tienen, y no sólo en mi universidad. He visitado muchos centros para llamar la atención sobre esto, hablar del braille, algo en lo que no se suele pensar mucho; o cómo son los aseos, que aquí, en la India, no están en absoluto adaptados para las personas discapacitadas». Esa pasión que siente por mejorar las condiciones de vida y facilitar la educación a un sector olvidado de la sociedad india la llevaron a rechazar un puesto de trabajo en una empresa de telecomunicaciones y apostar profesionalmente, en mayo de 2013, por una ONG a la que ya estaba vinculada como voluntaria, Leonard Cheshire Disability. A través de ellos, llegó Malala.
Malala Yousafzai, «de hermana a hermana»
«Este día no debería llamarse «el Día de Malala» ( Malala Day), sino «el Día de Ashwini» porque tú eres una inspiración para el mundo entero». Ashwini escuchó a la joven pakistaní que se ha convertido en el rostro de la defensa de la educación mundial dedicarle estas palabras el pasado 12 de julio, en la sede de las Naciones Unidas, con motivo de la celebración de su cumpleaños, en una serie de actos organizados para homenajearla. Minutos atrás, Ashwini había subido al estrado para pronunciar un breve discurso de dos minutos y medio y recoger su premio Youth Courage Award.
Fue toda una sorpresa. «Yo había sido seleccionada para asistir a la conferencia y hablar del trabajo que hacemos en mi organización. Como resultó que había mucha gente pero nadie iba a hablar sobre la educación de los niños discapacitados, tratamos de implicarnos más y, de repente, recibí una llamada de mi jefe diciéndome que me habían dado el premio. Entré enshock. ¿A mí, por qué? Empecé a pensar en mí misma, en lo que había hecho y, cuando escuché a Malala decir que yo era una inspiración, entonces entendí que realmente yo había hecho algo por la sociedad, y eso me dio muchas fuerzas y energía para seguir trabajando», rememora.
Volvió a coincidir con la pakistaní el pasado septiembre. «Malala tiene un gran corazón y una mente brillante, ha sufrido mucho y sabe lo que es la vida». Con ella asegura que se puede conversar «de hermana a hermana». Nacidas en países históricamente enfrentados, Ashwini y Malala hablan otro lenguaje que no conoce fronteras. «Juntas conseguiremos que la sociedad sea mejor, que las niñas puedan tener una mejor educación, mejor empleo, independencia económica», fue la promesa que le hizo Malala en septiembre. Las dos, como bien explica Ashwini, son conscientes de la importancia de la educación. «La educación no consiste sólo en leer libros o aprobar exámenes, la educación nos enseña a enfrentarnos al mundo, es la respuesta a cómo vivir la vida».
Publicado originalmente en eldiario.es