La historia de Babar Ali, el indio que a los nueve años creó una escuela para niños y niñas pobres en el patio de su casa.
Doce años después, el centro ha educado a más de un millar de personas y cuenta con el reconocimiento oficial de las autoridades de Bengala Occidental
Babar Ali: «La pobreza y la ignorancia van de la mano y solo la educación puede cambiarlo. Yo quiero romper esa cadena»
Todo empezó como un juego. Babar Ali tenía tan solo nueve años cuando reunió a un grupo de ocho niños y niñas en el patio de su casa. ¿Quién no ha jugado nunca de pequeño a ser maestro? Pero Babar lo hizo en un contexto muy particular: Gagnapur, en el distrito de Murshidabad (Bengala Occidental), uno de los más poblados de la India, donde apenas había una docena de escuelas, ninguna en la zona donde vivía. Pronto, el juego se transformaría en el propósito de una vida.
“Yo era un niño de nueve años y estudiaba quinto grado. Cada día tenía que recorrer diez kilómetros para ir a la escuela y por la tarde, al regresar, veía a los niños y niñas de mi vecindario que también volvían a sus casas pero no de la escuela sino del trabajo. Pensé que tenía que hacer algo y reuní a ocho niños, entre ellos también mi hermana, ella fue mi primera estudiante, y empecé a enseñarles lo que yo aprendía por la mañana”, cuenta por teléfono este joven que acaba de cumplir 21 años, en un inglés que ha aprendido en la universidad. El año pasado se graduó en el Berhampur Krishnath College.
Corría el año 2002. “Al poco tiempo me di cuenta de que si podía compartir lo que yo aprendía con los niños y niñas más pobres estaría haciendo algo bueno por la sociedad. Entonces entendí que eso era lo que debía hacer”, recuerda.
Hoy, doce años después, el patio de su casa continúa siendo un lugar vibrante. Por él han pasado alrededor de un millar de niños y niñas, según sus cuentas. “Cada día unos 300 estudiantes reciben clase en el patio trasero de nuestra casa familiar. Comenzamos a partir de las tres de la tarde porque por la mañana los niños trabajan con sus familias, vendiendo en el mercado, como mecánicos… y las niñas ayudan en sus casas o trabajan en otras casas”, explica.
Esta suerte de centro improvisado se mantiene gracias a los donativos que recibe, “todo depende de las donaciones que nos dan, gracias a ellas tenemos libros, cuadernos, materiales… y la asistencia es gratuita”, detalla. Además, ha conseguido el reconocimiento oficial por parte de las autoridades locales. Esto significa que quienes se gradúan allí pueden luego continuar sus estudios secundarios en otros centros.
Babar no está solo. Orgulloso, destaca que cuenta con la ayuda de ocho profesoras –estudiantes de universidad por la mañana, maestras por la tarde-, “todas ellas son chicas, incluida mi hermana, Amina Khatun”. Las ocho fueron anteriormente alumnas suyas en esa escuela tan peculiar que ahora se llama “Ananda Shiksa Niketan”. Una de sus incondicionales es Mamtaj Begum. Begum llegó a la escuela con la intención de matricular a su hija pero Babar la convenció para que estudiara ella también. Y se quedó.
«Cuando fundé la escuela las personas mayores del pueblo no se lo tomaron muy bien. Eran muy escépticos sobre el valor de educar a sus hijos»
Se sabe también afortunado por el respaldo de sus padres, Nasiruddin Sheikh, un vendedor de yute que no pudo finalizar sus estudios, y Banuara Bibi, su madre, de quien dice que ha sido su “inspiración desde que era pequeño”. Ambos, pese a no haber tenido la oportunidad de estudiar, han sido conscientes de la importancia de la educación y han apoyado a su hijo incluso en los momentos más difíciles. Porque en el camino, reconoce Babar, “ha habido muchas dificultades”.
“Cuando fundé la escuela las personas mayores del pueblo no se lo tomaron muy bien. Eran muy escépticos sobre el valor de educar a sus hijos. Ellos no habían recibido educación y necesitaban que sus hijos les echaran una mano para sacar adelante a las familias”, recuerda. Babar fue puerta a puerta animando a los padres y madres a que llevaran a sus hijos al colegio. “¿Cómo va a ayudarnos la educación si ni siquiera podemos permitirnos dos platos de comida al día?”, “¿Educar a las niñas? Entonces no encontrarán esposo”, eran algunos de los comentarios habituales con los que se encontraba.
«¿Educar a las niñas? Entonces no encontrarán esposo”, eran algunos de los comentarios habituales»
Con una determinación admirable, un adolescente Babar Ali no cejó en su empeño. “He tenido que afrontar muchos problemas, todavía recibo algunas amenazas, pero siempre les he plantado cara. Hay mucha gente a la que no le gusto pero por suerte también hay mucha gente en India que me apoya. Yo solo quiero seguir trabajando. Mi sueño es conseguir una educación para todos”, sostiene con firmeza a la vez que hace suyo ese objetivo del milenio que ya se marcó la ONU cuando él era todavía un niño.
La labor de Babar Ali, esa siembra de años a base de esfuerzo y devoción, no en vano afirma que su modelo a imitar es Swami Vivekananda (un líder espiritual hindú que defendió la educación como solución a los problemas de la sociedad) no ha pasado inadvertida. En 2009, el canal de noticias indio CNN-IBN le concedió el premio Héroes Reales, y ese mismo año, la BBC le dedicó el primer reportaje de la serie “Hambre de aprender”, calificándolo como “el director de escuela más joven del mundo”.
Publicado originalmente en eldiario.es